¿Qué piensas de una persona que lleva una pistola? ¿O de las personas que están en contra del matrimonio, que no comen carne o que tienen tatuajes? ¿Qué piensas de alguien que vota por un candidato diferente al tuyo o de quienes han decidido no vacunarse contra la COVID-19?
Los sesgos inconscientes o prejuicios inconscientes son estereotipos aprendidos en la vida. Son ideas que nos vamos formando hacia las personas y las cosas, que se reproducen de manera automática y no intencional.
No obstante, cuando escuchamos “sesgo inconsciente” generalmente nuestra mente lo asocia una situación en la que alguien hace un juicio sobre ti sin conocerte bien. Y, es que cuando pensamos en prejuicios lo relacionamos automáticamente a una acción deliberada y negativa, pero no es así. La verdad es que todos los tenemos, por lo que tener un prejuicio inconsciente sólo confirma que eres humano.
Los neurólogos explican que nuestro cerebro divide la información de manera inconsciente en categorías. De ahí que dividamos las cosas en mujeres-hombres o igual-diferente. Así, categorizamos el mundo en: “ellos” y “nosotros”. En la categoría “ellos” colocamos a las personas que no comparten nuestra visión del mundo, y en “nosotros” incluimos a las personas que sí.
Según Daniel Kahneman, premio Nobel de Economía, nuestro mecanismo de pensamiento tiene un sistema lento, que se concentra y analiza las situaciones dando una respuesta racional; y un sistema rápido e instintivo que decide con poco esfuerzo mediante patrones de respuesta aprendidos en nuestra vida de acuerdo a nuestros valores, nuestra cultura y nuestra experiencia previa.
Lo que sucede es que ante la cantidad de información que recibe el cerebro, este provee atajos mentales para procesar información de manera rápida y eficaz. Por ello, las ideas formadas en el sistema rápido son las que protagonizan la mayoría de nuestras decisiones y más bien el sistema lento está en modo “hacer el mínimo esfuerzo”.
¿Por qué es importante tomar consciencia de nuestros sesgos?
Porque nuestro cerebro no busca la verdad, busca sobrevivir. Por tanto, los prejuicios inconscientes son sólo atajos de nuestro cerebro y no representan la realidad.
Todos actuamos movidos por sesgos que se extienden a diferentes situaciones en las que preconcebimos un pensamiento sólo por el género, raza, ideología, aspecto físico, entre muchos otros factores que percibe nuestro cerebro de una persona. Y, sin darnos cuenta, los reforzamos todos los días a través de conversaciones cotidianas, pues el lenguaje es un mecanismo muy poderoso para perpetuarlos. Alguna vez te has sorprendido repitiendo alguna frase como: “no te hagas el sueco”, “eso es cuento chino” o “te enredas más que una mujer”.
Si bien los sesgos inconscientes son una herramienta necesaria para el ser humano, influyen en nuestro comportamiento sin darnos cuenta. Generan interpretaciones erróneas o inexactas de la realidad que pueden estar afectando la correcta toma de decisiones y ni siquiera los cuestionamos. En la sociedad, los prejuicios inconscientes refuerzan la discriminación, exclusión y desigualdad, etiquetando a las personas.
Es posible interrumpir el sesgo y el primer paso es la toma de consciencia. Debemos ser conscientes de su existencia y comprenderlos para cambiar la forma en que pensamos. Es importante determinar cuáles son útiles, cuáles nos ayudan y cuáles impactan negativamente en la sociedad y en las demás personas.
Podemos elegir ser conscientes nuestros prejuicios inconscientes y trabajarlos para transformar cada uno de nosotros los paradigmas que nos impiden avanzar hacia una sociedad más justa e inclusiva que son la base de la democracia que buscamos preservar.
Comparte esta noticia