Por décadas nos han enseñado que el reciclaje servía para mitigar en gran medida nuestro descomunal consumo de materias primas. En principio, suena lógico que los productos que descartamos puedan ser descompuestos y convertidos nuevamente en algo útil. En la mayoría de los casos, esto es posible desde el punto de vista físico y tecnológico, pero no siempre desde el punto de vista económico. Al considerar la inversión de energía para la transformación, costos de almacenamiento y transporte hasta los centros de procesamiento, consumo de agua para la limpieza y segregación de sustancias, se debe analizar con mayor cuidado la viabilidad del reciclaje.
El reciclaje de materiales como el vidrio no resulta atractivo como negocio por su menor margen de ganancia. En el caso del aluminio, existen diversas ventajas tanto por el tema ambiental como por la energía que se ahorra cuando se recicla, por lo cual más de dos tercios del aluminio que usamos en el planeta proviene del reciclaje. Si hablamos del plástico, la situación es algo más complicada y las opiniones acerca de las ventajas de su reciclaje están divididas.
En realidad, no hay uno sino varios tipos de plásticos, cada uno de los cuales tiene usos determinados de acuerdo con sus propiedades físicas. Por ello, no siempre es posible mezclarlos durante el proceso de reciclaje y esto implica gastos adicionales para el proceso de separado y selección. Algunos plásticos son fáciles de reciclar, mientras que otros como los “biodegradables” o “compostables” requieren de condiciones específicas para su adecuado procesamiento, de lo contrario se comportarán como cualquier otro plástico convencional. Así mismo, ciertos productos como las botellas de plástico PET no pueden usar un alto porcentaje de material reciclado porque pierde su característica transparencia, lo que no es aceptado por el público. En consecuencia, se requiere incorporar plástico “virgen” adicional para la elaboración de estos envases.
Por otro lado, una porción del plástico procesado a partir de las botellas PET es utilizado como material textil para confeccionar prendas de vestir, frazadas, bolsas y otros usos ampliamente aceptados como “ecológicos”. Sin embargo, hoy en día sabemos que estos productos liberan minúsculas fibras de plástico que terminarán en cursos de agua o en los mares afectando la vida acuática. Además, hay que tomar en cuenta que la inmensa mayoría del plástico es un derivado de la industria de los combustibles fósiles, es decir del petróleo y el gas. Por lo tanto, estimular una demanda de plástico innecesario para nuestras vidas no hace sino promover la extracción y quema de combustibles fósiles lo cual resulta en mayor calentamiento global. En resumen, la gratificación personal que recibimos del reciclaje del plástico no toma en cuenta o ignora la liberación de gases tóxicos y de efecto invernadero, así como la producción de microplásticos contaminantes.
Todo esto tampoco implica que reciclar sea una pérdida de tiempo. El solo hecho de ampliar la vida útil de un material reduce el desperdicio y el uso de recursos naturales valiosos y muchas veces irremplazables. En nuestro país se ha desarrollado una economía emergente en torno al reciclaje que al trabajar coordinadamente con gobiernos locales puede brindar múltiples beneficios sociales. El propio Ministerio del Ambiente está trabajando a horas forzadas para ampliar la cobertura de instalaciones para el manejo seguro de desechos sólidos. El marco legal que regula la distribución de algunas de las formas más nocivas de plásticos de mayor uso público ya ha sido aprobado y se espera su pronta difusión y aplicación.
En muchos sentidos estamos avanzando en la tarea de reducir la contaminación por plásticos de un solo uso, pero hay que evitar caer en la complacencia de las soluciones fáciles y actuar con mayor decisión para erradicar de nuestras vidas el plástico innecesario. Sea por el mar, el clima, la vida actual o la futura es momento de actuar.
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