Durante los primeros años de la llegada de los españoles a Perú, llegó la caña de azúcar gracias a la visión del conquistador y primer gobernador de Trujillo don Diego de Mora, quien la trajo de México y la sembró en su hacienda del valle de Chicama. En 1549, en el Perú ya había cuatro trapiches que molían caña y producían azúcar.
Este fue el inicio de una actividad que ha estado presente permanentemente, desde entonces, en la actividad económica de la agricultura peruana y, en especial, en los valles de lo que hoy son la costa de las regiones de Lambayeque, La Libertad y Áncash.
Durante las décadas de 1950 y 1960, el Perú fue uno de los productores de azúcar más importantes del mundo para luego tener una estrepitosa caída en las décadas de 1970 y 1980 por la implementación de la reforma agraria y luego el terrorismo, como resultado de esto nos convertimos en importadores de azúcar.
Los ingenios azucareros, luego de muchos años de deterioro, volvieron en gran parte a manos privadas iniciando, nuevamente, su desarrollo e incremento de productividad gracias a importantes inversiones en equipos y tecnología. En la actualidad tenemos superávit de producción.
La producción de azúcar en el mundo es de 194 millones de toneladas y su consumo es de 144 millones de toneladas. Por este exceso de oferta es que los precios a nivel mundial están bajando y muchos países, para proteger su industria, están utilizando diversos mecanismos de protección.
En el Perú, el 2018 se produjeron 1.21 millones de toneladas y se importaron 284 000 toneladas, cifra menor a la de años anteriores. Asimismo, se exportaron sólo 89 000 toneladas.
En la actualidad, la caña de azúcar contribuye con el 3.6% del PBI agrícola, representando 160 000 hectáreas sembradas, ubicadas principalmente en Piura, Lambayeque, La Libertad, Lima Áncash y Arequipa. Según datos de Ministerio de Agricultura, 492 000 personas dependen directa o indirectamente de la industria azucarera y, en los últimos años, se han generado ingresos públicos por más de 2 000 millones. a través de impuestos. Además, es una actividad inclusiva, pues 50 000 hectáreas están en manos de 10 000 pequeños agricultores.
Pero todo este importante desarrollo de la industria azucarera, de los últimos 30 años, está seriamente amenazado debido a la coyuntura mundial de sobreproducción y precios bajos, así como los subsidios al agro que tienen muchos países. Por este motivo, al no haber una adecuada política arancelaria y de protección a la industria en nuestro país -solo el acuerdo comercial que está en proceso de firma con Guatemala-, implicaría el ingreso de 120 000 toneladas métricas, a corto plazo, y hasta 400 000 toneladas métricas de azúcar al año, a mediano plazo. Esta última cifra es equivalente a un tercio de la producción nacional.
Los primeros afectados serían los pequeños agricultores y sus familias, luego las medianas y grandes empresas. No todas las tierras de caña pueden convertirse a cultivos de agro exportación; además, este proceso de reconversión, al ritmo actual, tomaría casi 100 años.
El estado y la sociedad civil deben tomar conciencia de lo importante que es contar con una industria nacional sólida, que invierta constantemente y que permita el auto abastecimiento alimentario, así como proteger fuentes de empleo formal que promuevan el crecimiento. Es importante competir con reglas de juego parejas con los productores internacionales y no ser mercado de excedentes o productos subsidiados. La historia ha demostrado que sin industria no hay desarrollo y que, al afectar la producción azucarera local, también se perjudica a otros sectores que utilizan los sub productos de la caña como el etanol y el papel.
Es importante tener un plan nacional de desarrollo productivo, identificando y desarrollando clusters, como el gastronómico o el textil. La tarea es dura, pero la empresa privada, el estado y la universidad, juntos, lo vamos a lograr.
Comparte esta noticia