Hay situaciones que por el contraste de las circunstancias se pueden tornar algo más pesadas de digerir y, lejos de temerle a la incomodidad, debemos aprovechar los errores para aprender de ellos. Por sí mismo, el feminicidio supone una cara frontal de un problema de la violencia, cuyas raíces se podrían relacionar con la salud mental y los valores morales de una identidad nacional fragmentada, resquebrajada y separatista. Por otro lado, la época navideña, sea que creamos o no, tiene una connotación que nos invita a detenernos a reflexionar sobre los valores elevados del espíritu que cada vez pasan más desapercibidos en un frenesí de consumo y en el horizonte de una sociedad que por fuera lleva las cosas en calma, pero que, por dentro, demuestra conflictos muy profundos.
El contraste se presentó en las vísperas de Navidad, respecto a un conocido caso de violencia a la mujer, se le preguntó por una opinión a la Ministra de Justicia. La respuesta que ofreció dejó mucho que desear. Debemos agradecerle por exponer una realidad concreta y contundente. Por suerte, (si se quiere, milagrosamente), ocurrió en un contexto doble; el de un año con record de feminicidios y en la época de unión familiar, paz civil y la profesión de altos valores. Gracias a este contexto sensible, es que sus palabras resonaron de modo tan seco, frío y estupefaciente.
A continuación, reproducimos sus declaraciones a modo de ejercicio para la memoria colectiva. Ella refiere mientras desvía la cara y esboza una sonrisa inexplicable lo siguiente: “Ay, lamento ... ehhm… fastidiarlo, pero en verdad, hoy en día, y en este momento, estoy en pleno momento de Navidad. Lamentablemente en este momento no (ofreceré declaraciones)”. Un despierto reportero le increpó que en esos momentos muchos peruanos no estaban viviendo esa Navidad de la que habla, pero la respuesta fue muy clara, la Ministra le dio la espalda. El hecho tiene diversos niveles de lectura y transparenta algo.
Existe una gran distancia entre los individuos que componen el Perú. Existe una compleja maraña de relaciones históricas que suponen situaciones tan arbitrarias como que unos tienen familias con dinero y poder, y otros, muchos, demasiados, viven en condiciones inviables de pobreza extrema, marginación social o en el desamparo del Estado. Esto, sin agregarle los problemas flagrantes de salud mental y moral. Y ni qué decir de la violencia normalizada por declaraciones como estas. En el Perú, todos somos distintos de condición civil o humana y no existe tal cosa como la igualdad de derechos ni oportunidades. La Ministra de Justicia de un país en donde pareciera no existir la justicia tiene declaraciones infelices para un pueblo que es insultado, denigrado y humillado sistemáticamente.
El daño realizado con esas palabras no tiene mesura; en primer lugar, a los afectados de modo directo, a las víctimas directas e indirectas, a sus familias, pero también a todas las familias porque una sociedad que no enfrenta la violencia contra la mujer y la minimiza pone en riesgo a todas las mujeres. Ya en las navidades anteriores hemos sido testigos de que lo malo, lo ilegal y lo indeseable no se sujeta a fechas. Solo recordemos el indulto a un expresidente, el intento de desaforación del equipo fiscal a cargo del caso Lava Jato y la violencia contra oficinas lacradas.
Demos vuelta al asunto. El actuar, quehacer y desarrollo de nuestras instituciones políticas, jurídicas, castrenses y religiosas, son todas, sin excepción, salvo puntuales casos, todas ellas instituciones que el resto del año, muy aparte de la fecha, nos dejan mucho que desear, y ese desplante de la Ministra de Justicia no es ajeno, ni es independiente. Es la estrella de punta de un gran árbol que regamos todos con nuestra quietud frente a la debacle moral institucional. Pasadas las festividades: ¿Se puede volver a esquivar la pregunta? Aún peor: ¿La evasión e insensibilidad no trajeron un problema peor? La burbuja crónica de nuestra clase dirigente, de explotar, podría desencadenar algo grave.
Comparte esta noticia