¿Cuáles son nuestras metas como país de cara al futuro no inmediato? ¿De qué manera estamos pensando lo que viene después de la tercera ola por la COVID-19? ¿Es posible convivir con el factor contagio del coronavirus en 0? ¿Qué hemos perdido que no se podrá recuperar más allá de las valiosas vidas?
Responder estas preguntas nos ponen contra una pared y no por la ignorancia sino por el propósito que genera esta sensación: la de no sentirnos capaces de ser honestos con nuestras proyecciones. Luego que la variante Delta deje de ser la predominante nos encontraremos nuevamente en la misma situación de ahora. Para ello hacen falta definiciones que conduzcan a objetivos sensatos. Las decisiones deben ser tomadas evaluando riesgos y panoramas futuros. Sin embargo, nuestra evaluación de riesgos suele ser poco objetiva y se tiñe de emociones e influencias de nuestro entorno. No podemos dejar de llamar la atención sobre la influencia ideológica que pesa sobre las políticas públicas en mor de intereses particulares. El país se define y se piensa más allá de estas. Por ejemplo, de ahora en adelante el Perú tendría que ser un país sin temor a vacuna alguna, una sociedad que confíe en la ciencia, aunque esta vaya corrigiéndose en el camino. Y es que esa es la verdad de fondo, la realidad cambia a cada momento y mucho más en pandemia. Consecuencia de ello son las cantidades de medidas que hemos ido adoptando en el tiempo.
El SARS-CoV2 llegó para quedarse y tenemos que aprender a vivir con él minimizando riesgos, pero sin perder todo aquello que hace la vida digna de vivirse y desarrollarse. El balance de riesgo/beneficio es diferente para cada región, provincia, distrito, barrio y familia. Y con respecto a lo anterior, algo impostergable es la educación porque esta nos brinda las herramientas para vivir dignamente. Sin embargo, ¿cómo construir una vida digna en medio de tanta violencia doméstica, falta de socialización y sin salud mental? Estas realidades evidencian las enormes brechas que existen en nuestro país y las medidas que se toman para un progresivo regreso a clase siguen siendo las del inicio de la pandemia.
No estamos siendo conscientes de lo que necesitamos priorizar o, en todo caso, no somos conscientes de que las medidas asumidas deben ser pensadas en red. Las medidas más útiles para prevenir la transmisión no requieren grandes inversiones, sino disciplina y educación respecto de lo que es útil y lo que no. Por ahora, discusiones sobre eventos masivos son menos importantes que una implementación inteligente de medidas para que los niños vuelvan a clases. Sin embargo, de nada sirven las decisiones políticas que tome el gobierno con respecto a la educación si los adultos no empezamos a actuar de manera más congruente. Muchos países tomaron la decisión de priorizar la educación por sobre todo y la sociedad lo entendió así ¿Y nosotros qué priorizaremos?
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