La precariedad material y de derecho que se vive en Venezuela ha dado inicio a una migración masiva de sus ciudadanos a distintos países de la región y del mundo. Según cifras de la Superintendencia Nacional de Migraciones, al Perú han ingresado a la fecha 660 mil venezolanos.
La tragedia humana de estos desplazados es que están obligados a decidir entre sufrir la vulnerabilidad en sus tierras o en el peligroso paso que supone las fronteras de los países vecinos. Según informa la ONG Unión venezolana en Perú, las personas sufren vejámenes de todo tipo en el trayecto desde Venezuela hasta nuestro país, desde robos, ultrajes sexuales y hasta explotación por trata. Entonces, la evaluación racional de las posibilidades de vida que hacen los migrantes respecto de nuestro país tiene que ver con lo que Oscar Pérez, exdiputado venezolano, aseguró hace algunos meses, que nuestro país fue el único en el mundo que adoptó una política migratoria solidaria. Del mismo modo, hace algunas horas, el secretario de Estado de los Estados Unidos, Michael Mike Pompeo, felicitó a la nación “por su generosidad”. Es interesante notar que la situación favorable que los hermanos venezolanos experimentan en nuestro territorio no solo es causa de políticas de Estado, sino también de un lento y paulatino aprendizaje de la ciudadanía para superar viejas actitudes frente al fenómeno de la migración.
La opinión ciudadana respecto de la presencia de venezolanos en nuestro territorio, si la simplificamos, tiene dos caras. Por un lado, están aquellos peruanos que experimentan precariedad material como parte de la lucha diaria en la que el foráneo únicamente se considera un obstáculo a la propia superación. Por otro lado, aquellos que han logrado cierta estabilidad material están más dispuestos a razonar en términos del respeto a valores humanos universales y hasta proponer agendas de gobierno integradoras que contemplan el desarrollo del país sin discriminar la procedencia de los actores. En ese sentido, la primera enseñanza que nos deja esta diáspora venezolana es que somos una nación que, pese a todos sus problemas, experimenta mejoras materiales que le permiten la solidaridad. La tarea de los gobiernos y las instituciones consiste en mantener este desarrollo.
También es cierto que venimos superando nuestra poca experticia en materia de migración como ciudadanos. Si bien hace algunos años el Perú era exportador de talento, ahora experimentamos el arribo de este. El prejuicio que nace de la necesidad del reconocimiento étnico, es decir, del concepto de un “nosotros” está dando paso a una experiencia de tolerancia y de respeto por la persona extranjera y lo que tiene que ofrecer con su talento. De esta manera, el miedo a lo diferente, a lo extraño, va desapareciendo poco a poco, dando lugar a una mayor empatía entre personas.
Una manera de constatar esto último es que la pretensión de algunos partidos políticos nacionales de hacer de la agenda migratoria venezolana un capital político-electoral no prosperó en la opinión pública. Por todas estas razones, si bien es cierto que el Estado tiene incidencia directa en que nuestro país sea objetivo clave para gran cantidad de migrantes venezolanos, porque somos uno de los pocos países que a pesar de la regulación (como exigir el pasaporte a todo aquel que desee cruzar nuestras fronteras), proponemos diversos caminos para el ingreso legal a nuestro territorio como ofrecer un Permiso Temporal de Permanencia (PTP) e incluso respetamos el derecho internacional al reconocer en algunos casos la figura de refugiados políticos. Si bien todo ello es cierto, está claro que el comprender la situación de precariedad de los hermanos venezolanos y superar las actitudes xenófobas, constituyen aprendizajes significativos para la ciudadanía. Han hecho de nuestra nación un país deseable para el desplazado. Es tarea de las instituciones y de la política nacional que el bienestar material permita esta identificación con valores humanos que trascienden nuestros sentimientos étnicos.
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