Para cuando el Gobierno dispuso el comienzo de la cuarentena sanitaria, el 16 de marzo, se habían confirmado 86 casos. Los casos venían en aumento progresivo desde el 7 de marzo. El primer caso se detectó el 6 de marzo. Al cierre de esta columna se confirman 1.323 casos y 47 fallecidos. Así, a pesar de las medidas tomadas por el Gobierno para mantener lo más bajo posible la curva de contagio, en los primeros quince días de inmovilización social obligatoria se han producido 1178 contagios ¿Cómo explicar este incremento? ¿Quizás una actitud errónea frente al virus?
Los avances del COVID-19 son espeluznantes a nivel global. 858.785 infectados. 42.151 decesos solitarios y sin despedida. Aun así, todavía persiste en la ciudadanía la idea de que se trata de algo lejano y completamente ajeno y distante que en modo alguno podría alcanzarlos. “No hay forma de que me contagie”, se dicen a sí mismos. Se escudan ingenua, tenazmente, en pretextos acientíficos inconcebibles: tabúes, ideologías, tótems y dogmas los protegen, creen ellos. Se aferran con apego y cerrazón a afirmaciones absolutamente ajenas a una comprensión seria y responsable de la salud propia y del autocuidado.
Pero por más aparentes razones que enhebren para justificarse, nada de lo que ellos creen los hace inmunes contra la malignidad del coronavirus. Terrible realidad que pone en evidencia la crisis: su menosprecio por la medicina va parejo a su enconado e impersonal menosprecio por el otro. Se alejan del autocuidado y rechazan el cuidado del otro, que es el principio básico fundamental de la medicina.
En circunstancias normales esta actitud no reviste ningún peligro; ahora puede ser sumamente nociva. Comoquiera que escucharon a un líder populista que los cubrió de inmunidad con su demagogia enfebrecida, ahora se sienten inmunes no solo al COVID-19, sino incluso a las consecuencias penales por infringir las disposiciones del Gobierno para contener la expansión del virus: el aislamiento social obligatorio, el toque de queda.
El COVID -19 agrava la situación de los más vulnerables. El difícil acceso al agua potable los hace más vulnerables aún. Para evitar que los trabajadores informales y precarizados se expongan al contagio, el gobierno programa ayudas económicas para que se resguarden en el confinamiento. Está en juego la seguridad de todos.
En el balance latinoamericano, el Perú está demostrando ser el más comedido en poner la salud y la integridad de la ciudadanía como prioridades. Pocas veces se ha visto en la historia del Perú a un estadista enfrentar con sobriedad una crisis de tan grande impacto para la vida cotidiana del país.
Todo se transforma. Cuestiones tan triviales como un saludo, un apretón de manos, o tan profundas como el beso y el abrazo de los amantes, o tan placenteras como una amena tertulia con los amigos: de pronto pueden ser focos de polución; el contacto humano puede ser mortal. El aislamiento social es ahora la mejor solución para evitar el contagio.
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