“Usted no conoce la sociedad de Lima. Es una sociedad de castas. Así como ahora buscan la libertad, mañana se volverán realistas con la mayor facilidad”. Estas son las palabras con las que José de San Martín, con su uniforme rojo y sentado en el extremo de una larga mesa, explica a Bolívar la necesidad de implantar en el Perú una monarquía y no una república. El Libertador lo escucha, sereno y confiado, y mira al militar sin parpadear, pues su proyecto es completamente diferente. Para él, América debe quedar libre de cualquier tipo de monarca, y luchará todo lo necesario para echar del continente a los españoles. El uniforme dorado del Libertador brilla en todo su esplendor y San Martín queda poco más que aturdido. De hecho, ya no puede aguantar más la conversación, pues una gota que lo aqueja no le permite tolerar más el encuentro. Lo que más desea es volver a los brazos de Rosita Campuzano, que lo espera afuera de la habitación. Bolívar, en cambio, se retira de la cita como un triunfador, y no espera la hora de volver a encontrarse con Manuelita Sáenz. Hace ya varios días que no la ha visto y ya la empieza a extrañar.
La escena que aquí relatamos pertenece al capítulo 37 de Bolívar, una lucha admirable, la serie colombiana que ha despertado los comentarios de políticos, historiadores y la crítica. Para algunos, la última entrega de Caracol Televisión recuerda acertadamente la labor del principal prócer de la independencia y sirve para reforzar los supremos valores de la libertad americana; para sus detractores, en cambio, es una biografía mal hecha que además de incurrir en versiones deformadas y omisiones tiene más de telenovela que de documental. Razones para esto último hay más de una, pues hay veces que las escenas apasionadas entre los bravos próceres y sus mujeres parecen durar mucho más que algunas de las históricas batallas que nos liberaron del yugo español. Pero esto sería fijarse solo en detalles.
En realidad, el extenso biopic (o “bionovela”, como también la han llamado) va mucho más allá de las guerras y los amores. Sus sesenta capítulos no solo quieren relatar la vida de Bolívar, de por sí compleja, sino darle mayor forma y profundidad a ese relato tan acartonado que aún tenemos de los héroes de la independencia. Así, muchos de los hechos que el tiempo ha convertido en “históricos” son el resultado de circunstancias que para los protagonistas no son nada más que inevitables. Bolívar no es un personaje predestinado sino un joven más de la aristocracia caraqueña que descubre y organiza la revolución libertadora a su propia cuenta y riesgo. Los enemigos del Libertador (entre los que no solo había españoles) tampoco son simples malhechores que envidian su fama y su sed de gloria, sino otros personajes que, como él, también intentan interpretar los tiempos de la revolución.
En más de una ocasión, lo que se observa es un verdadero drama. Allí está la resistencia de Maria Antonio Bolívar, hermana del héroe, que se resiste a aceptar la independencia, temerosa de que los cambios echen a perder su riqueza; allí está el verdugo, que luego de la liberación quiere ser recordado como gran maestro de escuela; allí está la prostituta, que quiere que olviden su pasado y que, en esta nueva oportunidad que le ofrece la república, quiere salvar su orgullo y su honor. Hombres, mujeres y niños se aferran a cualquier cosa para salvar el pellejo ante los fuertes vientos de libertad (una palabra de vanguardia para el momento) que amenazan con hacer desaparecer todo lo que se encuentra a su paso.
Una serie tan ambiciosa y tan bien hecha como esta puede haber cometido más de una licencia histórica en el modo de relatar y organizar la vida de Bolívar y sus contemporáneos, pero cumple con llenar un gran vacío. Los himnos y los largos discursos de homenaje ante las tumbas de granito en cada aniversario siempre nos dejan mucho que desear. En esta ocasión, sin embargo, nunca hemos estado tan entusiasmados. Los guionistas colombianos y los actores venezolanos nos han hecho creer que no había otra mejor forma de contarla. Luego de verla, Bolívar y Manuelita quedan en la memoria y en el corazón.
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