Todavía no se ha escrito una historia de la censura en el Perú, pero se pueden tomar en cuenta algunas contribuciones puntuales. Una investigación interesante es Quema de libros ‘67, de Juan Mejía Baca, en el que el reconocido editor y librero relata la eliminación de una gran cantidad de textos por orden del gobierno de Fernando Belaunde. Esta historia también podría estar acompañada de otros hechos de los que solo han quedado algunos testimonios y relatos personales porque, como suele suceder, las autoridades siempre hacen todo lo posible por borrar de la historia actos como estos. En una de sus columnas, Sebastián Salazar Bondy cuenta que la policía del gobierno de Manuel Odría se ocupaba de sustraer todo libro de color rojo que encontraba en las maletas de los viajeros que llegaban al aeropuerto de Lima. No importaba el título que tuviera el volumen. Si era de color rojo, tenía que ser confiscado y destruido.
El largo y fuerte brazo de la censura ha tomado muchas formas en el Perú, pero para poder escribir esta historia no solo debemos prestar atención a los hechos concretos sino también a las ideas que justifican y promocionan estos actos. Estas ideas suelen caracterizarse por su intolerancia y su prepotencia, pero también por su conservadurismo.
Las recientes burlas y críticas que recibió la comunicadora y periodista Lourdes Sánchez en las redes sociales por haber basado su tesis en dos actores de Combate, un reality peruano (un programa de televisión muy popular de competencias), son un ejemplo de lo que puede hacer este pensamiento conservador. Es cierto que aquí nos encontramos ante un caso de carácter más académico, pero en él encontramos una situación parecida, pues se trata de una mirada estrecha, limitada y fija sobre la realidad. Al hacer este tipo de bromas, lo que las redes quieren imponer es qué se debe investigar y qué no. Y, en este caso, son muy claras: si nos encontramos ante una televisión, no se debe pensar. Solo debemos mirarla y mantenernos en silencio.
A estas personas que quieren que no pensemos podemos llamarles “troles académicos”, ya que su función es destruir toda iniciativa de reflexión que contravenga su mundo. En vez de alentar la pregunta, lo que hacen estos troles es reírse y hacer bromas de humor negro ante lo que le parece extraño o diferente. “Los críticos están acostumbrados a juzgar y no a leer”, dijo Sánchez en una reciente entrevista. Su conservadurismo los limita y les hace imposible entender la realidad más allá de lo que les ofrece la pantalla plana, sin saber que es precisamente cuando vamos más allá de la superficie que encontramos algo que puede ser interesante.
Ya no nos encontramos en la época en la que los burócratas de Odría y Belaunde debían cumplir severas órdenes políticas, pero es necesario advertir cuándo es que surgen los climas de intolerancia porque son los que mejor preparan el camino hacia la censura. En un tiempo en el que los prejuicios y estereotipos pueden adquirir seguidores en tan poco tiempo, es necesario distinguir si lo que nos proponen es realmente una invitación a reflexionar o, por el contrario, a seguir con lo mismo.
Son seguramente estas personas que han decidido que hay temas más dignos e indignos para la investigación los que hace algunos años se pusieron a criticar los reality shows. En esos tiempos, protestar y marchar contra la telebasura era algo de mucho prestigio. Sin embargo, estoy seguro que una tesis sobre la televisión puede hacer mucho más que cinco o diez marchas juntas.
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