Estoy de vacaciones en una ciudad cosmopolita del Primer Mundo, que tiene muchos lugares turísticos por visitar. Camino acompañada por dos preadolescentes, y ni bien hemos empezado el tour autoguiado, empiezan a quejarse de cansancio y de no querer caminar tanto. Vemos gente local y algunos turistas movilizándose en bicicletas —eso ya lo he visto en otras ciudades que también intentan mitigar los problemas de tránsito—. Sin embargo, nos llama la atención ver gente movilizándose en scooters eléctricos. Preguntamos (y no googleamos), a una persona aparentemente local, si los scooters se alquilaban o cómo se conseguían, y nos indicó que, efectivamente, los scooters se alquilan y que todo se hace a través de una aplicación móvil.
A diferencia de las bicicletas, los scooters no se alquilan desde paraderos específicos en alguna esquina, sino que están literalmente regados por la ciudad, estacionados en cualquier parte donde otro usuario los haya dejado al terminar de utilizarlos. Nos damos cuenta de que hay varios modelos y marcas de distintos proveedores de estos vehículos motorizados. Ubicamos un scooter libre y empezamos con la aventura de aprender a entender cómo funciona este servicio. Primero, nos bajamos la aplicación, en él creamos un perfil de usuario, incluyendo datos como la dirección de correo, el número de teléfono (habíamos comprado un chip local) y lo más importante, una tarjeta de crédito; además de aceptar los términos y las condiciones, los cuales, debido a la emoción y el cansancio, no nos detuvimos a leer detalladamente.
Una vez instalada y configurada la aplicación, procedemos a alquilarla. ¿Cómo? Escaneando el código QR que está pegado en el scooter para que el sistema lo identifique y brinde información acerca del estado de la batería del vehículo motorizado, o incluso si está en condiciones de ser rentado o no, por alguna posible avería. De no presentar averías, finalmente la app permite al usuario habilitar el scooter para utilizarlo por el tiempo que se desee o hasta que la batería se termine. El sistema no permite alquilar más de un scooter a la vez. Como necesitábamos dos, tuvimos que instalar otra aplicación de un proveedor diferente.
Este sistema mejoró sobremanera la visita turística y, más aún, mis acompañantes se divirtieron muchísimo con toda la experiencia. Realmente valió la pena cada dólar gastado; aproximadamente 8 dólares la hora. En realidad, cada proveedor cobra en función del tiempo, distancia, modelo de scooter o una combinación de variables. Al final del día, nos preguntábamos: ¿Y al terminar de usar el scooter, se deja en cualquier lugar de la calle? ¿Nadie se los roba? ¿Nadie los vandaliza? ¿Cómo y cuándo se recargan las baterías? ¿Cómo podríamos tener esto en Perú?
Pensábamos cómo algo así podría funcionar en esa ciudad ordenada y quizás no en la nuestra, al menos de la forma como funciona allí. Entonces, resumo algunas de mis reflexiones: primero, que no solo basta con que la tecnología sea innovadora, maravillosa y funcione, sino que la tecnología y los procesos asociados a ella se deben diseñar de acuerdo al entorno y todas sus restricciones, a la cultura y al nivel educativo de la gente. Segundo, que la simple tropicalización de soluciones que vienen generalmente del norte no son necesariamente suficientes, tenemos problemas mucho más complejos, lo que hace aún más retador y necesario pensar en desarrollar soluciones hechas por peruanos para los peruanos.
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