Las imágenes son sobrecogedoras: los cuerpos de un padre y su hija ahogados a orillas del río Bravo que divide a México de Estados Unidos. Alberto Martínez de 25 años y Valeria Martínez de 23 meses murieron al tratar de cruzar a la tierra prometida del llamado sueño americano, huyendo de la pobreza y la violencia de El Salvador que los vio nacer. Como el pequeño Aylan Kurdi que murió ahogado escapando de la guerra civil siria, Alberto y Valeria perecieron víctimas del racismo y la hipocresía occidental.
Del lado imperial de la frontera una administración corrupta, ineficiente, xenófoba y de tendencias fascistoides, juega con la vida y los sueños de miles de personas que necesitan ayuda, no que los encierren en jaulas como animales o les roben sus hijos. Personas que vienen huyendo de la miseria, el terror de las maras y la corrupción gubernamental. Insensibles ante el dolor, ignoran la deuda histórica de los Estados Unidos con los países centroamericanos, víctimas de la cruzada anticomunista de la administración Reagan. En su obsesión por destruir la Nicaragua Sandinista, el vaquero convertido en Presidente invirtió millones de dólares en una guerra de baja intensidad. Los dólares estadounidenses financiaron escuadrones de la muerte y masacres de poblados indígenas, bloqueando cualquier posibilidad de un necesario cambio socioeconómico, perpetuando así las condiciones de las que escapan los emigrantes.
Borrachos de odio, demonizan a los migrantes, catalogándoles de animales. Acosan a México para que se sume con ganas a la campaña anti-inmigrante y en un acto que revela su profunda ignorancia, cortan la ayuda económica a los países de donde vienen huyendo los inmigrantes que quieren detener.
Ubican a niños migrantes en centros de detención que más parecen campos de concentración, negándoles cosas tan básicas como el jabón y el agua, cepillo de dientes, una comida caliente y un lugar donde dormir. Sus actos son indignos de un país como Estados Unidos, forjado por el trabajo de inmigrantes.
Quisiera pensar que pagaran por su pecados, pero ya estoy viejo para creer en cuentos de hadas. Además, Alberto y su hija Valeria pronto dejaran de ser noticias y pasaran al olvido, como tantos otros cuyos nombres desconocemos.
Comparte esta noticia