Tras una intensa campaña política en la que reinó el miedo, el racismo y el terrorismo, se celebraron en Estados Unidos las llamadas elecciones de mitad de mandato presidencial. Para sorpresa de muchos y frustración de otros, no hubo un voto de castigo contra la misoginia, la xenofobia, el racismo, la violencia verbal y el matonismo político que han caracterizado la gestión de Donald Trump en la Presidencia de Estados Unidos. Por el contrario, los resultados parecen apuntar a un empate técnico, en el que ambos partidos perdieron y ganaron.
Con un discurso anti-inmigrante plagado de mentiras, el Presidente Trump mostró nuevamente su gran capacidad política con una campaña que no se basó en resaltar el buen desempeño de la economía, sino en demonizar a una caravana de refugiados centroamericanos. Esta caravana, compuesta por miles de personas huyendo de la violencia y la pobreza, fue representada por el Presidente como una amenaza a la seguridad nacional, que era alentada por la debilidad de los Demócratas en temas migratorios. Para difundir esta exageración Trump contó con la ayuda de los medios, especialmente, de su principal caja de resonancia: la cadena de noticias Fox News.
El mayor logro de los Republicanos fue mantener control del Senado con una mayoría más amplia, que les permitirá frenar cualquier intento de residenciamiento contra su líder y, de ser posible, confirmar un juez más en la Corte Suprema. Esto último podría tener serias repercusiones a largo plazo. Dada el peso del Senado en asuntos de política exterior, su control ayudará a Trump a continuar con su diplomacia aislacionista, unilateral y conflictiva.
Nuevamente el Partido Republicano se mostró fuerte en las áreas rurales con victorias en dos estados claves: Texas y Tennessee. Trump jugó un papel clave, pues sabía lo que estaba en juego y se echó su Partido a los hombros y en un despliegue impresionante de energía desarrolló una campaña intensa, especialmente, en estados en peligro de ser tomados por los Demócratas.
Los Demócratas, por su parte, hicieron de estas elecciones un referéndum en torno al futuro del alma nacional estadounidense, amenazada, según ellos, por el discurso y las acciones del Presidente. Para ello recurrieron a Barack Obama, quien llevó a cabo una campaña intensa, representando a Trump como la negación de la esencia estadounidense. Lo que estaba en juego, según el expresidente, era mucho más que la composición del Congreso. Para Obama, estas elecciones definirían el futuro de la nación estadounidense amenazada por el racismo y el odio.
El primer presidente afroamericano demostró que sigue teniendo poder de convocatoria, pero no logró la esperada ola azul, es decir, una apabullante victoria Demócrata. Los Demócratas volvieron a demostrar su fortaleza entre la población, sobre todo femenina, con nivel educativo alto en áreas urbanas y suburbanas. Nuevamente quedó clara la incapacidad de los Demócratas de ganar apoyo decisivo en zonas rurales. Este es uno de los mayores problemas de este partido porque, entre otras cosas, limita sus posibilidades de retomar control del Senado.
El mayor logro de los Demócratas fue, sin lugar a dudas, haberle arrebatado el control de la Cámara de Representantes a los Republicanos, quienes perdieron así el control que habían obtenido en las elecciones de 2016 del gobierno estadounidense. Trump estará a salvo de un residenciamento, pero no del ojo crítico inquisidor de los miembros de la Cámara de Representantes. Él y todos los miembros de su administración podrán ahora ser investigados por los muchos y diversos comités que funcionan en la Cámara. Esto tal vez nos permita examinar la declaración de impuestos del Presidente y entender porque éste se ha negado hacerla pública por casi tres años. En otras palabras, la posición política de Trump queda debilitada al perder control de la rama legislativa.
Gracias al control de la Cámara, los Demócratas podrán ejercer con mayor fuerza uno de los poderes tradicionales del Congreso, el llamado power of the purse; es decir, el uso de la aprobación del presupuesto como arma política para negociar con los Republicanos. Con ello las posibilidades de un muro en la frontera, una de las principales promesas de Trump, quedan totalmente descartadas. Está por verse si los Republicanos podrían beneficiarse del posible conflicto que producirá la elección del nuevo o nueva presidenta de la Cámara de Representantes, ante el rechazo de algunos legisladores Demócratas al liderato de Nancy Pelosi.
Podría cerrar comentando sobre el significado de las elecciones para las estadounidenses, del avance de las fuerzas progresistas dentro del Partido Demócrata, de la candidatura de Beto O’Rourke en Texas o de lo cerrado de las elecciones en Georgia y Florida; sin embargo, prefiero dedicar unas cortas líneas a comentar el significado de la derrota de los candidatos Republicanos en Pennsylvania, Michigan y Wisconsin. Tras haber votado por Obama en 2008 y 2012, estos tres swings states fueron claves para llevar a Trump a la Casa Blanca y podrían serlo para sacarlo de ella en las elecciones presidenciales del año 2020. Una reconquista Demócrata de éstos y otros estados del medio oeste pondría seriamente en duda las posibilidades de un segundo término para Trump.
A pesar del empate técnico entre ambos partidos, las victorias Demócratas en Pennsylvania, Michigan y Wisconsin, el empuje de Beto O’Rourke en Texas, la reconquista Demócrata de la Cámara de Representantes y los resultados aún no resueltos en la Florida, nos hacen preguntar si Trump es un animal herido. Pareciera que sí, lo que es muy preocupante, pues algunos animales heridos pueden ser muy peligrosos.
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