En estos días se conmemoran setentaicinco años desde que, en el Mount Washington Hotel, del pueblo de Bretton Woods, en el noreste de los Estados Unidos, sesionaron las autoridades económicas de 44 países para establecer el marco institucional básico del sistema financiero y monetario contemporáneo. Lo allí acordado sentó las bases de las relaciones económicas multilaterales que mayoritariamente subsisten hasta la actualidad, y con ello garantizó condiciones básicas de convivencia pacífica en el mundo. Los logros de la Conferencia de Bretton Woods merecen ser analizados críticamente, a la vez que celebrados.
La Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas, comúnmente denominada Conferencia de Bretton Woods, se realizó entre el 1 y el 22 de julio de 1944, persiguiendo el objetivo de lograr “la expansión y el crecimiento balanceado del comercio mundial” y representó un parteaguas geopolítico y de gobernanza económica global. En base a la experiencia histórica, el evento se abocó a forjar un marco institucional para la gestión financiera y monetaria internacional, capaz de controlar los factores disfuncionales que condujeron al fracaso de la primera gran globalización económica a principios del siglo XX, y a la depresión económica en la década de 1930; lo cual alimentó las tensiones internacionales que se materializaron en las dos guerras mundiales.
Los principales resultados acordados en la Conferencia de Bretton Woods fueron:
a) La creación del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), que habría de cumplir un rol importante en el financiamiento de la rehabilitación de los países afectados por la Segunda Guerra Mundial, y que actualmente es parte del Grupo del Banco Mundial;
b) La creación del Fondo Monetario Internacional, para promover la cooperación monetaria internacional y la estabilidad en los tipos de cambio, proveer fondos a países miembros para que corrijan desajustes temporales en sus balanzas de pagos, y facilitar la movilidad de capitales a nivel global;
c) El establecimiento de la obligación de libre convertibilidad de las monedas;
d) La libre flotación de los tipos de cambio según las condiciones del mercado, con un margen de discresionalidad de los gobiernos de hasta 10%;
e) La adopción de un Acuerdo General de Artanceles y Comercio (GATT), para establecer poco tiempo después la Organización Internacional de Comercio, que no llegó a constituirse.
En particular, el acuerdo sobre libre convertibilidad monetaria tuvo una trayectoria azarosa, pues recién alcanzó implementación en 1958, cuando todas las monedas de Europa alcanzaron su convertibilidad en dólares, pero Estados Unidos eliminó su uso del patrón de oro en 1971. Los países acordaron en Bretton Woods mantener sus monedas fijas (pero ajustables en situaciones excepcionales) al dólar, y el dólar se fijó al oro. Desde 1958, los países liquidaron sus saldos internacionales en dólares y los dólares estadounidenses se convirtieron en oro a un tipo de cambio fijo de $ 35 la onza. Los Estados Unidos tenían la responsabilidad de mantener el precio del oro en dólares fijo y tenían que ajustar la oferta de dólares para mantener la confianza en la futura convertibilidad del oro. El sistema empezó a resultar desventajoso para los Estados Unidos ya en la década de 1960, cuando países como Alemania y Japón se habian recuperado de la devastación de la guerra y sus exportaciones empezaron a ser más competitivas frente a las estadounidenses.
Pero la Conferencia de Bretton Woods puso también en meridiana evidencia la declinación del Reino Unido como potencia hegemónica y la entronización de los Estados Unidos en ese rol. Esta tensión marcó la agenda de las discusiones y los acuerdos alcanzados. Esta tensión no fue solamente geopolítica, sino que también se vió expresada en la compleja relación interpersonal entre John Maynard Keynes, jefe de la delegación británica, y su contraparte estadounidense, Harry Dexter White, el Subsecretario del Tesoro de su país. La conjunción de esas intrincadas tensiones geopolíticas e interpersonales llevaron a Benn Steil a publicar en 2013 un seminal estudio apropiadamente titulado “La Batalla de Bretton Woods”.
Un aspecto poco relevado sobre la Conferencia de Bretton Woods es el del muy importante papel desempeñado dentro de ella por los 19 países latinoamericanos participantes, y especialmente por México, Brasil, Colombia, Cuba, Chile y Venezuela. La delegación peruana fue presidida por Pedro Beltrán Espantoso.
Como señalan diversos académicos, las discusiones entre representantes de Estados Unidos y de diversos países latinoamericanos, entre 1939 y 1940, para establecer un “Banco Interamericano” que brindase apoyo financiero y créditos concesionales para promover el desarrollo socioeconómico en la región, “ayudaron a configurar la planificación de los Estados Unidos para Bretton Woods de manera importante antes de que comenzaran las negociaciones angloamericanas de 1943-44. Los latinoamericanos también fueron una audiencia importante para los borradores iniciales de los acuerdos de Bretton Woods en los Estados Unidos, y continuaron siendo participantes activos en las discusiones que generaron los acuerdos de 1944. [...] El contexto estadounidense - latinoamericano fue particularmente importante en la configuración de dos aspectos innovadores del marco de Bretton Wood: su multilateralismo inclusivo y su apoyo al desarrollo internacional”. Eric Hellener (2014)
El bloque latinoamericano participante en la Conferencia de Bretton Woods también contribuyó a aumentar, a través de su significativo número de votos, el poder de influencia de los Estados Unidos sobre los acuerdos finales, en medio de su confrontación con el Reino Unido.
Bretton Woods es la abreviatura con la que usualmente se denomina al orden economico mundial que emergió como parte de la estructura de gobernanza global creada al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Ha contribuido grandemente a la forja de un mundo donde la paz y la coooperación internacional han alcanzado significativa viabilidad, permitiendo un impresionante crecimiento económico global; pero, a la vez, ha permitido con sus imperfecciones que los desbalances macroeconómicos y las desigualdades entre los países y las personas también aumenten.
A la luz de los desafíos actuales y del clamor de los cientos de millones de personas que siguen postergadas, necesitamos recuperar el aliento, la lucidez y la convicción de quienes lideraron las discusiones en la Conferencia de Bretton Woods, para que nos inspiren en la urgente tarea de reformar el orden económico global, a efectos que promueva mayores niveles de solidaridad, de equidad y de eficacia, y para que, en suma, garantice la sostenibilidad de nuestro Hogar Común.
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