“Donde quiera que se ama el arte de la medicina, se ama también a la humanidad”. Platón
Médicos, enfermeras y otros profesionales de la salud se encuentran en la primera línea de fuego frente a este temible enemigo que es la COVID-19. Lo triste es que no se encuentran armados como es debido para hacer frente a esta amenaza y muchas veces son maltratados hasta por las personas a quienes sirven.
Existen algunos casos extremos que se han presentado en otros países. Recuerdo haber leído, hace unos meses, una noticia que me causó mucha tristeza y me hizo pensar en lo desagradecidos e indiferentes que podemos ser frente a aquellas personas que nos brindan su ayuda cuando más lo necesitamos. Era el caso de una doctora española que vivía en un edificio en Barcelona. Ella se quejaba de las constantes agresiones de los vecinos, quienes le exigían que se mudara de apartamento.
Ella había recibido un mensaje que decía: “Somos tus vecinos y queremos pedirte, por el bien de todos, que te busques otra vivienda mientras dure esto”. Es doloroso comprobar los sentimientos más crueles que el miedo puede activar en las personas cuando se enfrentan a la posibilidad de morir. En el afán de buscar su propia seguridad y sobrevivencia, son capaces de maltratar a quien podría ser su única esperanza si cayeran enfermos por el virus.
De qué sirve que el país haga esfuerzos denodados por aumentar la cantidad de respiradores mecánicos o por construir más plantas de oxígeno, de la mano del sector privado, sino puede contar con un mayor número de profesionales de la salud dispuestos a asumir el reto de administrar estos recursos. Muchas veces nos hemos olvidado del recurso humano y nos enfocamos solo en los recursos materiales.
Cientos de médicos, enfermeras y técnicos de la salud han perdido la vida en esta pandemia. Algunos están luchando con el virus en su propio cuerpo, provocado por su servicio abnegado y con el temor de poner en riesgo a sus propias familias. Por si no fuera poca la carga emocional que significa lidiar día a día con la muerte, también deben enfrentar la indiferencia y el maltrato de las personas por las que se sacrifican.
La realidad en las zonas más alejadas de nuestro país es, incluso, más dura, porque, a la carencia de recursos de todo tipo, se suma que los pocos médicos existentes deben realizar grandes esfuerzos por tratar de paliar los efectos nocivos del virus. En nuestra sierra y selva, por ejemplo, jóvenes secigristas están viviendo un bautizo profesional de fuego por las circunstancias.
Tampoco son muy atractivos los beneficios que reciben nuestros profesionales de la salud, en comparación con el sacrificio realizado, y resultan irrisorios comparados con los de otros países. Las medidas de seguridad personales tampoco están en las mejores condiciones y, mientras que sus colegas internacionales ya recibieron la vacuna que los protege del virus, aquí la espera continúa.
No seamos indiferentes frente al sacrificio de nuestros profesionales de la salud y sepamos reconocer su esfuerzo en esta pelea desigual. Ellos han luchado tan duro para ganar nuestro respeto y admiración que a veces nos olvidamos de que también son de carne y hueso.
Comparte esta noticia