La realidad de la corrupción en nuestro país es impactante. Tenemos jueces, alcaldes, congresistas, expresidentes y candidatos acusados por temas de corrupción. ¿Cómo entender las causas de un problema tan extendido? La primera intuición suele conducir a abordar el problema en términos individuales. Al preguntarse por qué tal o cual persona ha devenido corrupta se suele pensar en una falla en la moral, los valores o la personalidad. Entonces, se pregunta a los psicólogos sobre el perfil de personalidad del acusado suponiendo que su delito podría quedar explicado por características de su personalidad o por algún trastorno mental.
Anzieu, psicoanalista francés con publicaciones sobre procesos individuales y grupales, advierte, en “La dinámica de los grupos pequeños” (1993), sobre la resistencia de los miembros u observadores de un grupo a pensar su dimensión grupal. Sostiene que tendemos a atribuir responsabilidades a sujetos individuales olvidando los fenómenos grupales. Pensar en términos grupales significa, entre otras cosas, reconocernos como sujetos del grupo. Es decir, influidos por el grupo y los vínculos que lo componen. Según Anzieu, es a causa de nuestro narcisismo que preferimos pensarnos como independientes de las fuerzas del grupo. Preferimos, por ejemplo, pensar que buscamos ser únicos, originales o auténticos en lugar de reconocer que los elementos que nos componen e incluso la misma búsqueda de nuestra originalidad se da dentro de marcos implícitos pero firmes que solo unos cuantos pueden trasgredir. Así, a pesar de nuestro deseo, es evidente que en nuestras vidas somos guiados por las posibilidades que permiten los grupos en los que nos vemos inmersos.
En los equipos de trabajo tendemos a pensar los problemas del grupo en términos individuales. Señalamos que el problema del equipo se debe a los errores de uno; es el que llega tarde, el que no cumple sus compromisos, el que hace mal su parte. En las situaciones de mayor conflicto uno puede verse en un fuego cruzado donde cada uno responsabiliza al otro de los errores cometidos. De este modo tendemos a convertir a los otros en el chivo expiatorio que nos bloquea la posibilidad de pensar en las condiciones del vínculo grupal y las características del equipo que han permitido esas desgastantes y nocivas dinámicas.
Para comenzar a pensar en términos de los fenómenos grupales tendremos que preguntarnos por ejemplo ¿Cuáles son las normas implícitas del grupo? ¿Son las mismas normas para todos? ¿Los objetivos de los miembros del grupo son complementarios? ¿El grupo brinda apoyo de modo que, cuando un sujeto tiene dificultades en su tarea puede confiar en los otros como soporte? Es cuando no nos hacemos preguntas referentes al vínculo grupal que tendemos a expulsar al chivo expiatorio. Tras su expulsión el grupo buscará una nueva pieza para llenar el espacio vacío, pero, si las condiciones del grupo no han cambiado, lo más probable es que la historia se repita. Si no pensamos en términos de los vínculos en el grupo creeremos que es un nuevo problema, un nuevo sujeto conflictivo, un nuevo chivo expiatorio y así el círculo continúa sin entender sus causas.
Es así como normalmente señalamos a un corrupto, pero olvidamos cambiar las prácticas de corrupción. Buscamos cambiar los actores pero la obra de teatro sigue siendo la misma. Ahora bien, esto no significa que remover a los corruptos no ayude, claro que ayuda y es una importante batalla que no hay que dejar de librar, pero no es la única y, sobre todo, no es la decisiva.
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