Los videojuegos son una preocupación constante de padres y madres, más aún ahora que el ICD-11 (CIE-11 en castellano, siglas de clasificación internacional de enfermedades) estaría incluyendo al “gamingdisorder”. Se trata de un desorden caracterizado por el uso recurrente de videojuegos. Algunos padres ven en este desorden la manifestación de sus temores. Rápidamente creen que su hijo, aficionado a los videojuegos, tiene una enfermedad mental. Esto muchas veces demostrará ser infundado.
Cuando hablamos del “gamingdisorder” es importante considerar que no se trata solo de un juego persistente sino que, para hablar de un desorden mental, esta conducta debe permanecer o escalar a pesar de tener consecuencias negativas y significativas en otras esferas de la vida. Esferas como su familia, educación, salud o sus responsabilidades laborales.
En ese sentido, la lógica del “gamingdisorder” es similar a la que se aplica para la adicción conductual a los juegos de azar. Una persona que, ocasionalmente, asiste a un casino no es considerada ludópata. La adicción a los juegos de azar se diagnostica cuando esta conducta comienza a interferir, significativamente, con otras áreas de su vida y, a pesar de ello, persiste o aumenta. Por ejemplo, cuando no llega a trabajar por quedarse en el casino; cuando gasta un dinero que estaba destinado a un fin no recreativo y de mayor importancia; o cuando olvida constantemente sus compromisos por dedicarse al juego.
Por lo tanto, jugar videojuegos es muy distinto que padecer de “gamingdisorder”. Es más, numerosas investigaciones han ido descubriendo que lo videojuegos aportan diversos beneficios, por ejemplo, han identificado el aumento de conexiones neuronales a partir del juego, beneficios en el desarrollo de la atención, adquisición de diversos aprendizajes, entre otros. Así, mientras el “gamingdisorder” es un problema de salud mental, el juego no patológico, es saludable y beneficioso para el desarrollo cognitivo del sujeto. Es decir que dedicar un tiempo a los videojuegos no solo no tiene nada de malo sino que hasta puede generar beneficios. Solo se convierte en un problema cuando se vuelve un obstáculo para la salud y para otras actividades relevantes para la vida.
Ahora bien, para muchas ramas de la psicología la adicción conductual es un síntoma. Del mismo modo que el problema de un resfriado no es el estornudo; el juego compulsivo es la evidencia de otros problemas subyacentes, ignorados por el sujeto, que deben ser tratados, y develados, con la ayuda de un especialista.
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