En nuestro país la violencia está enquistada desde el seno de las familias y se irradia hacia el resto de la sociedad. No son ajenas noticias diarias de castigos violentos hacia niños(as) como formas correctivas, golpizas hacia la pareja, y feminicidios.
De acuerdo con los informes estadísticos del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, 27 432 casos de violencia contra la mujer, violencia familiar y violencia sexual se registraron en el mes de febrero del presente año a través de los CEM a nivel nacional.
En enero de este mismo año, se registraron 14 491 casos. La tendencia es claramente al alza. Tan solo de un mes a otro, 12 941 casos más de violencia me hacen pensar: ¿qué va a detener esta situación?
De acuerdo con el informe estadístico de febrero del 2019, 28% de la población violentada son casos de niñas, niños y adolescentes (0 a 17 años), el 66% de casos corresponde a personas adultas (de 18 a 59 años, 96% son mujeres y el 4% hombres). Y el 6% de casos corresponde a personas adultas mayores (60 a más años). Lo más probable es que cuando salgan los informes de marzo y abril, sigamos encontrando esta tendencia al alza.
Vemos entonces que la violencia es algo cotidiano en muchos hogares peruanos. Y lo peor es la falta de reconocimiento de esta violencia, enmascarándola como actos de amor. “Amo a mis hijos por eso los corrijo, y la única manera de que obedezcan es con una buena tunda”. “Quiero que cuando crezcan sean personas de bien, yo soy una persona de bien gracias a que mis padres me pegaron”. “Amo a mi pareja por eso la quiero solo para mí, si no me hace caso la obligo a la fuerza”. “Hoy hay tanta delincuencia porque falta mano dura con la juventud, ahora con ese tema de los derechos, uno no puede ni tocar a los hijos”. Estas frases son solo una muestra de entre tantas otras que suelo escuchar tanto en la consulta como en la radio.
Me preocupa la tergiversación de algunos conceptos. Para empezar el amor es un sentimiento intenso de profundo afecto hacia una persona e implica que a esa persona se le desea todo lo bueno. La relación de amor implica cuidado, sea de padres a hijos (o viceversa cuando los hijos crecen y los padres necesitan el cuidado), entre la pareja, entre familiares. La violencia no es amor, ya que la violencia maltrata y daña, no cuida.
El maltrato implica abuso de poder. En la violencia por acción (violencia ejecutada) la persona violentada siente indefensión con altos niveles de miedo; siempre hay alguien más “fuerte” o “poderoso” que maltrata. En la violencia por omisión (dejar de hacer lo que se tiene que hacer por el bien de otro), la persona con más “poder” (sea adquisitivo, o con mejores condiciones cognitivas o de salud) no atiende al otro.
La violencia por acción es fácil de identificar cuando es física: daños en el cuerpo de una persona, como golpes, rasguños, puñetazos, empujones, bofetadas, jalones de pelo, fracturas, entre otros. Cuando es psicológica, hay acciones identificables que tienen que ver con la expresión verbal, como agresiones verbales como insultos, amenazas, frases humillantes; y con la expresión no verbal como gritos, portazos, gestos intimidatorios. Sin embargo hay una modalidad de violencia psicológica un poco más sutil pero aún identificable, como cuando se dicen las cosas con calma pero el contenido verbal de lo que se dice es sumamente hiriente, o como cuando alguien pretende manipular al otro imponiendo sus ideas.
En el otro extremo está la violencia por omisión, aquella manera de maltratar sin hacer nada; nos referimos al abandono, a la negligencia, al no cuidado a la persona, a no satisfacer las necesidades básicas ni las necesidades de amor y protección (casos de niños desatendidos por sus padres, de personas con ciertas condiciones de nacimiento u enfermedad, o adultos mayores que no son cuidados).
Y sumada a toda esta gama de violencia tenemos la violencia sexual, que incluye no solo el acto de violación, sino cualquier tipo de insinuaciones, tocamientos, intimidaciones para realizar ciertas acciones de connotación sexual.
Queda claro entonces que la violencia puede manifestarse de muchas maneras, y pienso que es necesario tener en claro todas estas modalidades ya que es la única forma de darnos cuenta si nuestras acciones están siendo violentas, o si están siendo violentos con nosotros.
¿Qué puede llevar a las personas a ser violentas? Se encuentran múltiples causas: la propia historia personal y familiar de haber sido violentadas, personas con un pobre autocontrol en sus emociones (sobre todo la ira y la frustración), con baja autoestima, con patrones incorrectos de crianza, o con hábitos que no permiten el autocontrol como el uso de sustancias psicoactivas, entre otras.
¿Qué consecuencias trae la violencia? Impacta en distintas áreas de la vida de la persona violentada. A nivel físico trae una serie de trastornos: gastrointestinales, de alimentación, alteración en los patrones de sueño, dolores de cabeza, alergias, entre otros. A nivel emocional repercute en una baja autoestima, sentimientos encontrados (rabia, frustración), problemas de ansiedad, depresión, culpa, aislamiento, irritabilidad. Impacta también a nivel cognitivo cortando la creatividad, ocasionando problemas de memoria y bajo rendimiento.
Este impacto emocional lleva a manifestaciones en la conducta de la persona, generando distintas reacciones como la tendencia al aislamiento (mecanismo a través del cual la persona se protege) o como la emergencia de problemas de conducta. El maltrato como una conducta repetitiva y persistente provoca sufrimiento y daña el potencial de sano desarrollo de las personas. Influye en la probable adopción de comportamiento violento para descargar la frustración en otros ambientes, o repitiendo el modelo aprendido como si fuera el adecuado. La violencia genera trauma, con respuestas emocionales y conductuales intensas que pueden llegar a perturbar severamente a la persona que la sufre, con alteración en su funcionamiento y en su desarrollo psicológico.
¿Cómo hacer frente a este panorama?
Mientras esperamos que las políticas públicas continúen apuntando a seguir construyendo instituciones capaces de atender problemas de salud pública y brindar prevención y apoyo en casos de violencia, podemos empezar a actuar desde algunos frentes, como son la escuela y el hogar. A la escuela le compete el velar por una sana convivencia entre los miembros de la comunidad educativa, previniendo el bullying e interviniendo en los casos de violencia escolar que puedan darse.
Pero es desde el hogar donde nos compete directamente la acción, revisándonos contantemente, promoviendo una convivencia pacífica, empática, ofreciendo disculpas por si hemos causado algún daño, reparando, no volviendo a cometer actos de violencia, buscando la ayuda de especialistas si es necesaria.
Y si somos padres, tener en cuenta que la manera en la que nos relacionemos con nuestros hijos dejará una huella imborrable en ellos. Si nuestra relación es de amor y cercanía, siendo firmes en los límites pero no violentos, es más probable que se conviertan en personas saludables emocionalmente. Por el contrario, si somos violentos y los maltratamos, la probabilidad de que crezcan con problemas emocionales es muy alta (se ha encontrado incluso que la violencia en el hogar es uno de los factores que empujan a la delincuencia y a la criminalidad juvenil).
Tener en cuenta que se puede ser víctima directa de la violencia, pero también indirecta. Tal vez nuestros hijos no reciban violencia de nuestra parte, pero si viven en un entorno en el que sus padres se agreden constantemente, también pueden gestarse en ellos problemas emocionales.
Detener la violencia es un compromiso de todos. Si conoces a alguien que está viviendo situaciones de violencia, así no sea tu familiar o alguien cercano, también puedes ayudar dando la voz de alerta. La línea 100 es una alternativa.
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