Los seres humanos transitamos por los duelos cuando hemos perdido algo que estimamos valioso para nosotros. Puede tratarse de la perdida de una situación (como por ejemplo perder el trabajo), de la perdida un objeto que era valioso para nosotros, de la perdida de una amistad o de la pérdida de un ser querido, entre otras.
Duelo viene de la palabra dolor. Experimentamos dolor emocional cuando tenemos una perdida muy significativa. La intensidad y duración del dolor dependerá de lo que se haya perdido, de lo que ya no está, o de quien ya no está en nuestra vida.
Cuando se trata de un ser querido (un padre o una madre, la pareja, o un hijo) o de una amistad muy cercana, solemos realizar algunos rituales y ceremonias que nos ayudan a transitar por ese dolor. Estos momentos dependerán también de las creencias religiosas que tenga la familia. Sin embargo, antes de la pandemia, en la mayoría de estas situaciones solía estar presente la familia y amigos cercanos. Se daba socialmente una despedida a la persona, honrando y agradeciendo el haber tenido su presencia en nuestra vida. Lamentablemente, con la pandemia, muchos de esos rituales y ceremonias ya no están presentes, lo cual está dificultando el poder afrontar emocionalmente la despedida. El no poder despedirnos del ser amado puede causar impotencia y frustración.
¿Qué podemos hacer al respecto?
Aceptar que tenemos que transitar por el dolor de una manera diferente en lo que respecta a los rituales de despedida. Podemos recurrir a rituales en casa que nos ayuden: como disponer un lugar especial a para colocar la foto y/o algunos objetos que identifiquen a la persona fallecida, para así recordarla con cariño. También podemos hacer alguna ceremonia simbólica de despedida, tal vez prendiendo una vela en su honor, poniendo una canción, u orando (dependiendo de las creencias religiosas de la familia) y donde los que viven en casa puedan expresar su cariño por esa persona que ya no está. Ahora también se dispone de ceremonias virtuales de acuerdo con las creencias religiosas de las personas.
El compartir el dolor ayuda, se puede conversar sobre esa persona y lo bueno que aportó a la vida de cada uno en la familia. Ayuda el tener espacios para acompañarse mutuamente en familia y con las amistades. Por más que estemos en esta coyuntura, es importante no perder el soporte social. Si bien presencialmente no se puede contar con amistades y otros familiares, sí se puede a través de los medios tecnológicos sentir el apoyo de los demás y buscarlo cuando se necesita. Las redes sociales son también un espacio donde las personas están compartiendo el despedirse de su ser querido a través de fotos y escribiendo lo que sienten y la gratitud de haber contado con esa persona en su vida.
Es importante recordar que hay que validar las emociones y expresarlas; la tristeza no reprimirla, sino buscar expresarla, si se siente ganas de llorar, hacerlo, si se siente ganas de parar, detenerse para procesar lo que se está viviendo. También se puede canalizar la tristeza y otras emociones o sentimientos a través del arte o el poder escribir.
El duelo tiene varias etapas. Hay diversos autores que lo explican, pero en particular me parece interesante las etapas que proponen Parkes y Bowlby. En un primer momento, solemos estar en una etapa de “Shock”, lo que significa que no creemos lo que está pasando, podemos querer negar la realidad, la rechazamos, y tenemos incapacidad para comprender lo ocurrido.
Luego de un tiempo (de algunos días o de una semana) vamos entrando a una etapa en la que empezamos a sentir una serie de emociones como la tristeza, la cólera, la impotencia, la frustración, la culpa, la gratitud, entre otras, por lo general mezcladas o alternadas. Es la fase doliente, donde solemos recluirnos, y apelamos al vivir del recuerdo de esa persona.
Progresivamente se va tomando conciencia de que el difunto no volverá y la tristeza se puede hacer muy profunda, inclusive llegar a una depresión, con sensación de mucho vacío. Finalmente, luego de un tiempo, la persona se va encaminando hacia la resolución de su duelo, reorganizando su vida, generando nuevas rutinas y volviendo a recobrar el gusto por algunas actividades que antes realizaba. Es capaz de seguir adelante, estableciendo un vínculo distinto con el fallecido.
La duración de un duelo puede variar dependiendo del lazo y la relación que había con el ser querido que ya no está. Pero si el duelo se extiende demasiado y la persona no logra recuperar con el tiempo su vida ni continuar el vínculo con el fallecido de una manera en la que no se olvida ni se pierde la importancia de haber tenido su presencia, pero en el que ya no hay depresión y se puede seguir adelante, estamos hablando ya de un duelo no resuelto y se necesita la ayuda de una terapia psicológica y/o de un médico psiquiatra.
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