Hace ya mucho tiempo desapareció la voz de Leopoldo Fernández en su rol de José Candelario “Tres patines”. Apenas entraba en la tremenda corte, repetía su grito de batalla: “¡A la reja!”. El disparatado guion de la recordada serie de televisión cubana terminaba del mismo modo, es decir con “Tres patines” en la cárcel por alguna fechoría mal tramada. Nadie podía negar que el final de cada capítulo (“Tres patines” tras las rejas) nos arrancaba más de una sonrisa. Cierto que había además un fin moral ya que “Tres patines” era de hecho un bribón y hasta cierto punto se hacía justicia.
Lamentablemente, no siempre que podemos presagiar el final de un proceso judicial lo hacemos con la mejor sonrisa. Este es el caso del proceso en curso que afrontan en Piura los periodistas Paola Ugaz y Pedro Salinas, quienes son denunciados por difamación. Nadie ignora el rol que cumplieron en defensa de las víctimas de abusos sexuales. Recientemente, incluso el periodista Pedro Salinas participó en Roma en la cumbre sobre abusos sexuales con lo que podemos reconocer que el papa Francisco ha estado muy atento a sus intervenciones.
Así las cosas, sorprende un proceso judicial como el que se desarrolla en Piura y que camina con paso inexorable como si las investigaciones realizadas por estos periodistas merecieran la descalificación judicial y no más bien algún tipo de reconocimiento. Pero nos ha llamado especialmente la atención que el 28 de febrero incluso Amnistía Internacional expresara su “preocupación por procesos penales por difamación agravada contra periodistas Paola Ugaz y Pedro Salinas”. Vale la pena que leamos dicha declaración porque nos hace pensar en lo delicado que es penalizar una investigación cuando se podría recurrir a otros instrumentos legales en el fuero civil. Habiendo procedido de este modo, habríamos salvado no solo la libertad de la prensa (que también puede excederse), sino sobre todo la posibilidad de ponerse de acuerdo con el adversario en el camino (Mt. 5:25).
Ya que no soy abogado dejo que ellos sean los que se manifiesten sobre la pertinencia y el modo en que se lleva a cabo el proceso. Me parece que ellos no deberían dejar pasar esta oportunidad (que ha implicado un comunicado de Amnistía Internacional) para ayudarnos a pensar. En todo caso, desde mi perspectiva, quisiera iluminar lo que nos perdemos con una judicialización como esta.
En primer lugar, perdemos la oportunidad de aceptar que hay en la Iglesia situaciones innegables de abuso de poder (social, sexual, económico); en segundo lugar, se olvida que la Iglesia reconoce con sinceridad y, sobre todo, con profundo dolor que se ha causado daño; en tercer lugar, se desperdicia la ocasión de mostrar que Iglesia está comprometida con las víctimas de los abusos.
No imagino un final más irónico e infeliz para esta historia que una condena a dos personas que, aunque desde fuera de la Iglesia, han tenido el coraje de hacer ver lo que no se quería ver. ¿Cómo es que hemos llegado a una situación como esta en la que quien señala el bien es o puede ser condenado? ¿Desde cuándo la justicia deja libre al bandido y persigue al que nos abre los ojos, aunque pueda haber sido a la mala? Lo de Tres patines, después de todo, era un juego; pero ¿este juicio? Ni de broma.
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