Pese a cierto escepticismo más bien generalizado, los Juegos Panamericanos terminaron con muchas lecciones que recoger. Este pretende ser un breve examen para sacar provecho de una experiencia que nos ha hecho mucho bien. Ya lo decía Sócrates, una vida sin examen no merece vivirse. Sea, pues, esta una oportunidad para descubrir qué hubo en esta actividad deportiva más allá de un bello espectáculo.
Algunos personajes de la política no perdieron oportunidad para hacer ver que tienen una pobre visión del país: no solo les parecía que era un gasto inútil; no les parecía que tenía sentido por un contexto político de crisis; contexto del que por cierto son en parte responsables.
En términos meramente numéricos, el Perú se queda con 39 medallas (no olvidemos que detrás de ellas hay 39 personas) y una infraestructura por lo menos en la ciudad de Lima con modernas instalaciones; mediación indispensable para desarrollar políticas educativas que hagan de nosotros ciudadanos del futuro. Pero a estos elementos hay que añadir que los espectáculos de inicio y fin, junto a la organización de las animaciones a lo largo de todos los eventos deportivos, han sido algo digno de memoria. Nos hemos portado bien y podemos hacer las cosas con disciplina, orden, honradez incluso en medio de dificultades políticas. Hemos sido buenos anfitriones, pero sobre todo hemos sido capaces de hacer una valiosa inversión no solo en un evento, sino en una dimensión de nuestra vida cívica que puede cambiar por completo nuestro modo de convivir. Otro tanto se podrá decir de los Juegos Parapanamericanos, actualmente en proceso y que muestran cuántos campeones albergamos en nuestro país sin que hayamos tenido el tiempo de ponderarlo y felicitarlo.
El deporte exige disciplina y cultivo de sí. No habrá hombres y mujeres virtuosos en nuestro país, si no creamos una generación de ciudadanos que asuma hábitos sanos por los que se proponga vencerse a sí misma, por los que se proponga metas que alcanza no sin poco esfuerzo. Frente a críticos con espíritu vacío y cuya imaginación no alcanza para construir nada por sí misma (léase políticos de mirada corta), la creación de hábitos sanos supone tanto el practicar el deporte como el evitar a toda costa la corrupción. Lo que quiero decir es que la virtud no cae del cielo, ni florece por el ejercicio puramente racional; nace del hábito, es decir de la repetición consciente y constante de una acción saludable. Así lo recuerda Aristóteles en la Ética nicomáquea, obra maestra que no sería mala idea leer cuando adolecemos de norte por falta de virtud y exceso de beligerancia.
Insistir en la práctica de la justicia, por ejemplo, nos hará cada vez más justos. Y el cultivo del deporte, ese es mi punto, no es solamente una actividad recreativa que nos hace sentir bien. Supone y exige una voluntad que se oriente a un fin con total conciencia. No solo forjará un cuerpo sano, sino un espíritu que ya sabe lo que es proponerse fines y el camino para alcanzarlos.
Los Juegos Panamericanos y Parapanamericanos nos han hecho sentir cierto orgullo y en buena hora, pero han sido y son también una muestra de lo que se puede hacer cuando se combinan conciencia, constancia, disciplina. Por este camino no seremos solamente más virtuosos, sino mejores ciudadanos.
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