Al entrar en la Iglesia San Ignacio de Loyola de la Compañía de Jesús de Quito-Ecuador, justo a la mano derecha se puede apreciar el lienzo del cuadro del infierno que originalmente fue pintado por Hernando de la Cruz en 1620. La copia actual es de 1879 y se trata de una réplica atribuida a Alejandro Salas.
En este enorme lienzo se pueden apreciar todos los vicios que merecerían el infierno. Temible catequesis que hoy no pasa sino por una cuestión anecdótica, aunque representa siglos de enseñanza que pretendía educar en la fe y temer con recelo el camino a evitarse.
En esta réplica, el borracho yace recostado, panza arriba, con la boca abierta mientras un demonio vierte sin mesura alcohol en su boca a través de un embudo que el hombre no puede retener porque su barriga está llena de agujeros. El borracho no se sacia, parece sugerírsenos. El “votador” cuya boca ha emitido toda clase de votos y juramentos en vano está sobre una mesa vomitando sin fin todo lo que prometió y fue incapaz de cumplir. El “votador” está lleno de estiércol que no lo alimenta. Al murmurador, retenido de los brazos, una serpiente jala y muerde de su lengua. El murmurador muere por su indiscreción. El usurero, ¡ah el usurero!, tiene un demonio a su espalda, como si se tratase de su propia sombra y este muerde su cabeza (y su conciencia). El usurero perdió su conciencia desde el momento en que vio al pobre como alguien a quien podía explotar.
Esta catequesis está desfasada. No solo porque no produce el efecto que se esperaba in illo tempore, sino porque aun cuando sí lo produjese, no sería en absoluto sano creer o “portarse bien” por el miedo al castigo. Nada más inmoral que hacer las cosas correctamente por evitar el castigo o por ganarse alguito del cielo. Pero, más allá de las representaciones del infierno, hay una sabiduría que no debería perderse en el tiempo: los pecados grafican debilidades que no hemos dejado de repetir.
Y aunque podríamos detenernos en cualquiera de los vicios que aparecen en dicho lienzo, y de los cuales solo hemos mencionado algunos pocos, me parece oportuno mirar mejor la usura porque creo que ella es un vicio moderno. El término es muy antiguo y se le critica en extremos tan disímiles como la India antigua y la Biblia. Ojo, no se critica el deseo de poseer riquezas, sino la obtención de ella a expensas de quienes no tienen cómo vivir. El usurero extrae la vida del pobre como el parásito lo hace con el cuerpo que parasita. Por eso es despreciable la usura porque se alimenta de la vida del que apenas tiene. Y esto es lo que sucede en tantas otras situaciones del presente donde algunos han descubierto el modo de vivir extrayendo las exiguas fuerzas de pobres, migrantes, entre otros vulnerables.
En la era moderna la usura se convirtió en lucro indiscriminado como razón y motor sin cuestionamiento. Y parecería que una voz interior (¡de la conciencia!) nos dice: salvo el lucro todo es ilusión. Esto quiere decir que no importará de qué se trate hay que ganar, hay que sacar ventaja a como de lugar. Si es posible obtener beneficios, hágase, porque si no lo hacemos nosotros lo harán otros. Ayer, se hizo con el hambre de muchos, con medicinas que necesitan países enteros; más tarde, con armas o con drogas; y hoy lo hacemos con la salud o la educación, ¿qué nos lo impide? Pero si queremos ser éticos y entender que las situaciones de desventaja no pueden ser pretexto para obtener beneficios, llegaremos a ser ciudadanos del siglo XXI; llegaremos a comprender que es imposible lucrar con la salud o con la educación sobre todo en un país en el que hay tanta desigualdad.
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