Kant, en la Religión dentro de los límites de la mera razón, reconoce la inclinación al mal en la naturaleza humana. Esta inclinación, presente en todos, se expresa como sigue: “el hombre se da cuenta de la ley moral y, sin embargo, ha admitido en su máxima la desviación ocasional respecto a ella”. Esto significa que el ser humano, aun reconociendo qué es lo que debe hacer (ley moral), puede decidir intencionalmente hacer lo contrario, es decir se permite una ley de otro tipo por la que se beneficia a sí mismo. De este modo pueden entenderse muchas de las decisiones inmorales.
Esta inclinación explica cómo se produce la corrupción, pero también el que nos neguemos a poner los medios para resolverla o para analizar las pesadas consecuencias de la misma. El fiscal Rafael Vela, coordinador del equipo especial Lava Jato, ha explicado las condiciones por las que llegamos a un acuerdo con Odebrecht y sobre todo ha sostenido que Odebrecht tendrá la obligación de contribuir con las investigaciones de la fiscalía; de lo contrario, se termina el acuerdo.
Por este acuerdo, realizado con arreglo a la ley vigente, podremos conocer la verdad; por lo menos algo más de la ella. Conocer la verdad significa en este caso conocer a personas implicadas, complicidades, modus operandi de esta y otras mafias, montos pagados, montos robados al fisco; en resumen: personas implicadas y el alcance de la corrupción. Algunos han mostrado una extraña preocupación porque el acuerdo no sería ventajoso para el país. ¿No es bastante beneficio estar en capacidad de poner nombre a las relaciones de poder y a la estructura mafiosa que se hizo del país? A decir verdad, eso no tiene precio. Así las cosas, uno tiende a pensar que quienes cuestionan el acuerdo, no hacen más que dar largas para prolongar el velo de ignorancia sobre una de las más grotescas corrupciones en el país. Por supuesto corresponderá a la justicia hacer un trabajo sensato para medir los diferentes grados de responsabilidad en la corrupción.
Hace ya algún tiempo, un programa de televisión exponía la vida personal de personajes no siempre “famosos” con el fin de escucharlos narrar sus errores y desaciertos. El coraje de exponerse en la televisión merecía los aplausos de televidentes acríticos así como premios en dinero y por supuesto la vanagloria de ser célebre por una semana. Es penoso que tengamos emisiones de este nivel y es una lástima que no tengamos la agilidad para decidir ver otra cosa. Pero, además, este programa hace que el decir la verdad sea parte de un ejercicio de envilecimiento no solo porque te adulan por esa verdad obscena, sino porque alguno podría llegar a pensar ser más auténtico ¡por haberse expuesto! Nada de eso. Eso es narcisismo perverso porque la verdad debería decirse dónde se debe y frente a quien se debe porque la verdad es una relación entre personas. Justamente por eso tiene un valor elevado como en el caso del juicio contra Odebrecht.
El referido acuerdo con Odebrecht permitirá conocer hasta dónde caímos como nación para, después de un adecuado proceso de justicia, reconstruir nuestra confianza en el Estado. Eso es urgente por el bien de nuestra salud política y judicial. La verdad tiene un valor que excede todo precio cuando se trata de hacer justicia.
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