En esta última semana, las antiguas autoridades catalanas, detenidas por organizar el referéndum del 1 de octubre del 2017 que decidió la independencia de Cataluña, fueron trasladadas desde Cataluña a Madrid para afrontar sus respectivos juicios ante el Tribunal Supremo que, a la sazón, se encuentra precisamente en la capital española. Hay que recordar que el 7 de setiembre del mismo año, el Tribunal Constitucional había suspendido el referéndum por ser ilegal. El ahora expresidente de la Generalitat, exiliado en Waterloo, Carles Puigdemont decidió realizar el referéndum y declarar enseguida la independencia de Cataluña. Al mismo tiempo suspendió la medida para iniciar un diálogo con el gobierno central. Conviene recordar que, aunque el “sí” a la independencia obtuvo el 90 % de los votos válidos, solo votó un 43 % de las personas habilitadas para hacerlo.
Ahora bien, esta semana en la ciudad de Barcelona hubo algunos reclamos por este traslado de los detenidos y en el frontis de la Generalitat pendía un banner que exigía la libertad de los “presos políticos”. Fernando, catalán que me mostraba orgulloso su bella ciudad, me decía entre dientes que deberían entender que no se trata de presos políticos, sino de políticos presos. Y si lo están es porque han actuado contra el derecho.
El inicio del juicio contra los nueve políticos será el 12 de febrero. Por esta razón, algunas organizaciones han previsto una huelga general en Cataluña el 7 de febrero. ¿Qué ocurrirá con este juicio? ¿Qué consecuencias puede tener el juzgar al independentismo? ¿Qué consecuencias podría traer a la ya compleja y herida relación entre Cataluña y el resto de España?
Fernando expresaba su preocupación ya no solo por las repercusiones económicas y políticas, sino por lo que ocurre en el seno de las familias. En su familia unos estaban por la independencia y otros en contra y añade que los que estábamos en contra no fuimos a votar. “Esto nos ha dividido”, decía con pesar. El tema había quedado prohibido en algunas familias para evitar más desgaste y más distanciamientos. Ahora bien, ¿qué decir del tenso ambiente que se respira en la región?
La historia está llena de conflictos. Más aun, la historia es conflicto, como lo hacía ver el filósofo Hegel. Pero cómo se puede hacer para atravesar el conflicto sin dejar muertos y heridos en el camino. No tenemos en el Perú un movimiento separatista ni independentista como ocurre en España, pero nos ha tocado ser testigos de los modos en que la política se entrampa en conflictos aparentemente sin retorno. Es este pan cotidiano el que debería hacernos recordar que el ser humano tiene la capacidad de hacer vivir su “verbalidad”; quiero decir, su capacidad para vincularse a través de la palabra y así manifestar su acuerdo y su desacuerdo.
Aquí o allá, la pregunta es la misma: cuántas veces en el fragor del conflicto renunciamos a la palabra, al lazo que se extiende entre nosotros. Cuando llegamos a estos extremos, lo vemos una y otra vez, el conflicto nos lleva a callejones sin salida. Hay otros modos de atravesar el conflicto, pero esto supone un ejercicio de la paciencia, un ejercicio de la sabiduría de la palabra. Así , es probable que no “ganemos”, que no conquistemos, pero habremos logrado mucho más que vencer en una batalla.
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