En el jirón Libertad 1365 en la ciudad de Ayacucho se encuentra el Museo de la Memoria “Para que no se repita” de ANFASEP. Este museo es el resultado de la propia iniciativa de los familiares de personas desaparecidas durante el largo periodo de violencia que vivió el país. La mayor parte de ellos sigue esperando saber algo del paradero de los suyos.
Algunos políticos barajaban la hipótesis de que este museo hacía apología del terrorismo ya que supuestamente mostraba, sobre todo, la violencia de las fuerzas armadas contra la población. La representación de una sala de torturas en la que se puede ver a un militar golpeando a un campesino parecería corroborar la hipótesis.
A estas alturas, después de la investigación de la CVR y de descubrimientos de tantas fosas comunes, ya es imposible negar que tanto terroristas como fuerzas armadas participaron de la violencia. Negarlo no conduce a nada. Ahora bien sería igualmente absurdo pensar que los terroristas pretendían un proyecto democrático o que no eran, por ejemplo, salvajes sanguinarios. El problema es que las fuerzas armadas imitaron en muchos casos el mismo salvajismo. Y mientras los terroristas dejaban tirados sus cadáveres para seguir infundiendo dolor y terror, las fuerzas armadas los escondían. El museo ilustra de manera muy sencilla, didáctica y cabal la violencia de ambos bandos.
Tenemos que tomar conciencia de la relevancia que tiene la memoria. La identidad de una nación no se construye solamente en base a ceviches y ají de gallina. La memoria no se construye solamente a partir de todo lo que pasa por el estómago. Por supuesto que en la revolución culinaria que hemos vivido en las últimas décadas hay mucho más que el instinto primario de llenarse el buche; se trata también de la capacidad de celebrar la vida en el encuentro de la mesa. Pero, recordar lo que nos hicimos, especialmente durante la década de 1980, puede hacernos ver hasta dónde llegó nuestro desprecio por el otro que era igual que nosotros; desprecio expresado en olvido, en ignorancia, en deseo de muerte, o “invisibilización” de los demás. Dejar de lado esta memoria equivale a no querer progresar en nuestro esfuerzo por ser mejores seres humanos y mejores ciudadanos. La identidad de las personas y de los pueblos es un relato por el que expresamos aquello en lo que hemos devenido y aquello a lo que aspiramos. Pero eso solo es posible cuando reconocemos cada parte de nuestra memoria incluso si hay cosas menos bellas o más difíciles de incorporar.
Un pueblo sin memoria estará condenado a una vida fantasmagórica sin capacidad de soñar y de emprender grandes cosas. Por eso se puede decir que la memoria no es mirar al pasado, sino ocuparse del futuro.
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