La vida de cada ser humano está marcada por la presencia de su razón y de las posibilidades de actuar libremente en función de esa conciencia racional. De ahí que lo justo, en términos humanos, es que podamos vivir en comunidades donde podamos ser efectivamente libres y racionales, pues, como decía Popper, siguiendo a una larga tradición, en La responsabilidad de vivir, sin el ejercicio libre de la razón somos una céntima parte de un ser humano. Es decir, si se nos quita o abandonamos la práctica libre de la conciencia racional, perdemos una parte considerable de lo que somos.
Afortunadamente, hemos interiorizado, en muchas de nuestras sociedades, que nadie nos debería arrebatar el derecho a la conciencia racional y libre. Y a manifestar una serie de derechos que se deducen de la posesión de la razón consciente. Sin embargo, dicha posesión nos obliga a actuar responsablemente, a utilizar el precioso bien de la razón y de la conciencia libre, de tal manera que reduzcamos los efectos negativos de nuestras decisiones y potenciemos sus consecuencias positivas.
En una sociedad, en un país, todos somos responsables. Sin embargo, poseemos diversos niveles de responsabilidad. Hay responsabilidades que se circunscriben al ámbito doméstico. Otras, al espacio institucional o corporativo. Y, finalmente, responsabilidades políticas; donde determinados ciudadanos, por voluntad personal, están obligados a administrar la cuestión pública, tomando en cuenta que sus decisiones afectarán la vida de miles o de millones de personas.
Quienes han decidido ser parte de la estructura funcional del poder político tienen una mayor responsabilidad respecto a los demás ciudadanos. Sobre sus conciencias, recae la enorme responsabilidad de velar por el interés colectivo, de utilizar todos los medios racionales, técnicos y éticos para que sus comunidades vivan de la mejor manera posible y, en caso de emergencia, sufran lo menos posible.
También los ciudadanos tenemos una gran responsabilidad, sometiendo al escrutinio crítico a quienes han decidido dirigir las estructuras del estado. Este ejercicio cuestionador nos convierte en corresponsables de las acciones de los diversos poderes del estado. Pues la vigilancia atenta, racional y libre es la que reduce los efectos negativos de las acciones políticas y amplía sus resultados positivos.
Este 2020 hemos aprendido muchísimo de nuestro país. Y, en el examen final, debemos asumir que una parte considerable de los problemas que hemos padecido los peruanos tiene y ha tenido responsables muy precisos en la estructura del poder político. Asimismo, debemos reconocer que, socialmente, también somos responsables de la precariedad, del desorden y de la informalidad con la que conducimos nuestras vidas en los diversos niveles en los que interactuamos los peruanos. Tenemos una enorme responsabilidad con el Perú, su destino inmediato y futuro. Si hay algo que debemos aprender, de forma colectiva, es que las acciones de cualquier tipo siempre tienen consecuencias. Y que es un imperativo ético observar los efectos de nuestras decisiones. Más allá de las culturas, somos responsables de nuestras vidas y de las de todos.
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