La advertencia de Hades al músico Orfeo fue contundente: si quería llevar consigo a Eurídice de retorno al mundo de los vivos, no debía mirar su rostro mientras ascendía del inframundo. Finalmente, “por exceso de amor”, la pierde, regresando solo a la tierra tras de su travesía.
El mito de Orfeo es uno de los más conocidos y estudiados de la alegórica helénica. Nos remite a lo que somos capaces de hacer los humanos cuando estamos movidos por el amor en su dimensión dual: una fuerza que nos hace realizar la más grandes hazañas (viajar al infierno para rencontrarnos con lo amado), pero, al mismo tiempo, un impulso que nos puede llevar a perder aquello que se ama. A Orfeo le venció el agotamiento y la desmesurada ansiedad por estar impedido de ver el rostro de Eurídice.
¿Por qué Hades le impone a esa prohibición? Los dioses simplemente ordenan, no dan razones. Definen pautas precisas a las acciones pues los humanos no son capaces de comprender que hay fuerzas que están más allá de su entendimiento. De pronto, en el mandato de Hades, estaba encerrada una enseñanza: a veces hay que simplemente obedecer esas leyes externas a nuestra voluntad para recuperar lo que inevitablemente se ha perdido.
El mito de Orfeo nos ofrece múltiples lecturas. Pero, sobre todo, nos enseña a darnos cuenta de que el amor, por sí solo no basta. Está condicionado por innumerables factores que se encuentran fuera del alcance de cualquier ser humano. De ahí que la poderosa experiencia del amor necesita del acompañamiento de la razón y la necesaria prudencia que la caracteriza. Sin sensatez, el sentimiento se desborda, al extremo que se puede perder todo. Como Orfeo, que no solo perdió a Eurídice, sino también el don del canto, de la música y, finalmente, la vida.
Por eso la experiencia del amor implica varios reconocimientos. Se realiza en circunstancias precisas que condicionan su existencia: deberes, responsabilidades, rutinas, proyectos, entre otros. En suma, la presencia inevitable de la realidad en todas sus dimensiones que determina nuestras acciones. Algunos suelen obviar la existencia de la realidad y se centran fundamentalmente en sus sentimientos, creyendo que el impulso amatorio basta por sí solo; desconocen que llegado el momento ese impulso no es suficiente y que se precisa de la luz del entendimiento para lograr aquello que realmente buscamos: el reencuentro con lo perdido o mantener lo logrado.
Quizás el mandato de Hades era más sensato de lo que creemos. Orfeo debía dominar la ansiedad por ver el rostro que había amado en su pasado, desconociendo las posibilidades que ese mismo rostro le podía brindar en el futuro. El músico debió concluir el ascenso con la seguridad que Eurídice seguiría a su lado, abriéndose a una nueva vida con ella misma. De ahí que para que exista esperanza sea necesaria la prudencia, donde el amor maduro ya reconoce la tierra por dónde camina.
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