Cuando se llega a alguna capital de América Latina (sin enumerar a las de Europa, Norteamérica o Asia), es interesante y agradable la visita a los museos más importantes. Y en países antiguos como el nuestro, afortunado por poseer un ingente patrimonio arqueológico e histórico, uno de los más ilustrados y amplios del mundo, ir a los museos es grandemente apreciable para comprender la magnitud del tiempo y la trascendencia contextualizada de los logros culturales de cada pueblo.
Pero junto a la experiencia museística local, también es interesante visitar los museos que congreguen muestras del patrimonio universal. En esos recintos, podemos establecer la conexión simbólica entre la producción creadora particular con las prácticas creativas de carácter universal.
En Latinoamérica, por ejemplo, una ciudad como México DF cuenta con el espléndido Museo Soumaya, financiado por la Fundación Carlos Slim. Dicho museo, a pesar de las críticas museográficas, posee una colección de arte internacional notable, que podría rivalizar con cualquier colección global. También, es interesante el caso de Bogotá que, gracias al apoyo de artista Fernando Botero y del Banco República, cuenta con un potente museo de arte internacional, el Museo Botero.
Otro caso emblemático es el de Sao Paulo, que posee un museo de carácter global, el Museo de Arte de São Paulo (MASP), proyecto privado que exhibe una colección abrumadora y ampliamente variada. Asimismo, son interesantes, por sus extensas y variadas colecciones, los museos de financiación estatal como el Museo de Bellas Artes de Buenos Aires, el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA), el Museo de Bellas Artes de la Habana (MNBA) y el Museo de Historia del Arte de Montevideo (MUHAR). Igualmente, hay que mencionar los museos de Caracas (Bellas Artes y de Arte Contemporáneo) y, en escala menor, los museos de Santiago (Bellas Artes y el MAC).
Siguiendo el ejemplo de los mecenas renacentistas, Carlos Slim (cuyo accionar empresarial no vamos a analizar en este espacio), le regaló a la ciudad de México un museo impresionante, cuya colección internacional empalma perfectamente con las magníficas colecciones locales (Mayas, Aztecas, coloniales, entre otras). Y le permite al ciudadano de a pie, ir a conocer las obras de El Greco, de Rubens, de Tiziano, de Monet, de Van Gogh, de Dalí, de Rodin, y de un largo etcétera. Es decir, sin necesidad de ir a un museo de Estados Unidos, de Japón o de Europa, cualquier joven puede tomar contacto con la producción humana universal. Lo mismo sucede en Bogotá, en Buenos Aires, en La Habana, en Sao Paulo. Esa experiencia hace que una ciudad crezca, pero en un sentido simbólico. Pues también las urbes aprenden a mirar hacia el mundo y a valorar lo que se hace en el mundo.
¿Podría Lima contar con un museo de arte internacional? Si tuviéramos una clase dirigencial (política y empresarial) culta, es muy probable. Pero no es nuestro caso. Al carecer de una elite dirigencial ilustrada, en nuestro país escasean las sensibilidades formadas para afrontar un proyecto cultural de esa magnitud. No es un tema de recursos, porque se consiguen. Es un asunto valores culturales, que se hacen efectivos en proyectos de difusión artística. Seria estimulante que en nuestra capital se pueda apreciar los bellos tejidos Paracas o la detallada cerámica Moche, junto a la pintura o escultura de maestros del arte universal. Pero sin esa elite instruida y nacional, es imposible cualquier emprendimiento cultural mayor.
Cuántas veces, visitando algún museo, hemos dicho: ¡Cómo quisiéramos que nuestros jóvenes puedan disfrutar y aprender lo que ahora vemos y disfrutamos! Ese es un sueño que nos persigue desde hace mucho. Esperamos mover a algunas conciencias.
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