Las infancias y juventudes no son una prioridad para el Estado peruano y esa es una triste realidad que no se puede ocultar. Un año más con Convención Internacional de los Derechos del Niño suscrito por el país, con plan nacional de acción por la infancia, con código de los niños y adolescentes, pero en la práctica, no se asume el compromiso necesario para garantizarles sus derechos. No quiero desmerecer los esfuerzos asumidos desde diversos sectores, los hemos seguido en reportes y redes, y hay que reconocerlo. Lo cierto es que es insuficiente.
Sepan los lectores que las niñas, niños y adolescentes no son pasivos ante la limitada acción del Estado, les preocupa de sobremanera: la violencia, la educación, el cambio climático, la explotación laboral y el respeto a sus lenguas y culturas. Por eso, a lo largo del año, las niñas, niños y adolescentes trabajadores organizados han participado en marchas por el respeto a su condición de trabajadores y por el cambio climático, también llevaron sus voces a los eventos internacionales por los 30 años de la Convención Internacional sobre los derechos del niño. En noviembre saltó al escenario nacional el Movimiento Secundaria Combativa para expresar su descontento con el sistema escolar. La Red Juvenil Infanto-Juvenil por el Buen Vivir Perú, continúa sus acciones en defensa de la madre tierra. Finalmente, un grupo de niñas, niños y adolescentes acompañados por el Instituto de Defensa Legal, presenta una demanda de amparo en el Poder Judicial contra el Estado peruano porque consideran que su labor es limitada para frenar la deforestación en la Amazonía peruana. Solo por citar algunos ejemplos.
Está claro que sus iniciativas no son noticia, hasta que son violados, secuestrados y asesinados, o cuando entran en conflicto con la ley. Cuando Greta Thunberg, inició las huelgas de los viernes, a los medios les importaba la niña que no iba al colegio y no la niña que luchaba por su futuro. Es igual, importan cuando son víctimas o transgresores, y no cuando son protagonistas, pero eso va cambiando poco a poco. Quienes enfrentamos nuestro adultocentrismo, estamos aprendiendo a callar y escuchar, a reconocer sus iniciativas y no pensar maliciosamente que los manipulan, a evitar llevarlos de la mano en vez de acompañarlos. No es fácil, hemos sido criados a la sombra del adulto, en silencio, sin expresar lo que pensamos y sentimos, y nos hicieron creer que la adultez es la finalidad de la vida, que es el poder.
Pero todo va cambiando, la niña o niño negado como sujeto social y político, como proyecto de futuro está llegando a su fin. Es imposible impedir que las niñas, niños y adolescentes se informen, tomen postura y se organicen. Eso queremos, eso necesitamos como sociedad. Los ejemplos están a nuestra vista, solo tenemos que respetar y prestar atención cuando nuestra hija o hijo es capaz de pensar en un nosotros, de soñar con un mundo distinto y querer ser parte de esa transformación. Nos toca acompañar.
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