Para muchas peruanas y muchos peruanos, la elección de ministros en el nuevo Gobierno se ha transformado en la representación vívida de lo que temían: un partido político que se autosatisface, como lo haría un bebé de pecho sin nociones más elevadas que la gratificación inmediata, y gobierna para sí mismo. Esta acción ha despertado una batalla campal en las redes sociales, cuyas estrategias de guerra van desde las agresiones indirectas y camufladas en bromas sardónicas o hashtags hasta comportamientos antisociales y fuera de toda ética de civilización, como los insultos y la discriminación. Pareciera que el organismo constituido por un gran número de conciudadanas y conciudadanos se ha visto en la necesidad de activar una serie de mecanismos de ataque o huida, propios de situaciones en los que peligra la vida o, en su defecto, algo que se considera muy preciado. Estos mecanismos forman parte de la respuesta de estrés, aquella famosa palabra que nos recuerda la sensación de tensión por la que atravesamos frente a un desafío y que, si sus niveles se incrementan, nos coloca en un estado emocional de angustia, ira y desesperación. Y, como hemos visto en mi columna anterior, si el estrés llega a este nivel tan insalubre, nuestros comportamientos no van a ser tan analíticos y racionales, sino más bien impulsivos e irreflexivos.
¿Eso quiere decir que las agresiones que vemos en las redes sociales son muestra de un grado muy alto de estrés? Pues sí: la política peruana, una vez más, se ha convertido en una amenaza para muchas personas. Ante esta percepción de peligro, el cerebro ha dado las órdenes más autoritarias de todo nuestro complejo cuerpo, tal como lo hiciese el comandante a cargo del batallón que debe resguardar su vida de los ataques del enemigo: ha obligado a unas glándulas que se alojan sobre los riñones a que segregue adrenalina y noradrenalina, dos hormonas de conocimiento general que trabajan en conjunto para que todo el cuerpo se predisponga para pelear o huir (en algunos casos, sin embargo, esta respuesta de estrés puede paralizar a las personas). Lo que hacen es incrementar el ritmo cardíaco para que se bombee sangre de forma más rápida, elevar el ritmo respiratorio para que el cuerpo reciba más oxígeno, aumentar la presión arterial para que la sangre fluya con mayor potencia hacia los órganos y los músculos necesarios para la defensa, disponer de las reservas de glucosa para que nos energice, entre otras estrategias. Luego de ello, como segunda fuerza de guerra, el cerebro ha ordenado que se libere cortisol para que el estrés se mantenga más tiempo y podamos defendernos.
Ahora bien, esto que nos sucede en el cuerpo tiene un correlato emocional: sentimos ansiedad, frustración, ira y una serie de emociones que nos ponen en estado de alerta y de protección. Si no somos capaces de identificar que estamos atravesando por un periodo de estrés y si no sabemos qué hacer para retomar el camino de la racionalidad, probablemente actuemos de forma urgente e inmediata bajo las órdenes de nuestras emociones y de nuestro cuerpo. En otras palabras, vamos a agredir, insultar, menospreciar, humillar o, en el extremo opuesto, vamos a ser incapaces de lidiar con los pormenores de la vida, lo que nos puede llevar a ensimismarnos, retraernos y evitar cualquier responsabilidad que nos haga sentir estrés. Lamentablemente, esta es la situación actual de un grupo de peruanas y peruanos: un elevado nivel de estrés y una notoria incapacidad para gestionar sus emociones. Si no aprendemos a regularnos, en lugar de unión, que es el eslogan del bicentenario del Perú, vamos a continuar en la búsqueda de enemigos a quienes enrostrarles nuestro estrés. Les pregunto: ¿eso es lo que queremos?
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