Las fake news son moneda corriente. La vorágine de información en la era digital permite camuflar y legitimar noticias que no logran asirse a la realidad, pues, a todas luces, son creaciones embusteras que distorsionan, exageran o retuercen algún aspecto de verdad para virar la credibilidad hacia los intereses de las autoras y los autores, quienes se camuflan en la oscuridad de la red. Este contenido vive y respira gracias a un séquito de soldados rasos que lo viralizan en las redes sociales y en WhatsApp, y dan la cara por él para beneplácito de las creadoras y los creadores. Mientras este escalafón de la desinformación recibe los reproches y las frases infamantes de sus contactos o de personas extrañas que se comprometen en la defensa de otra «verdad» —por cierto, abundan más en redes sociales que en la vida presencial—, la noticia falsa fortalece las creencias de adeptos y unifica el objetivo de la comunidad, aun cuando lo real es un pequeño recuerdo.
Pero, ¿por qué sucede esto? ¿Por qué las noticias de este tipo de convierten en trending topic? Es cierto que, en alguna medida, se debe a la falta de conocimiento sobre las características principales de las fuentes confiables, sobre todo en aquel grupo poblacional más acostumbrado al mundo analógico, en el que siempre se ha asumido que la información compartida, por los medios de comunicación tradicionales, por ejemplo, es veraz. Sin embargo, si se revisara quiénes son las personas que comparten las fake news, generaría extrañeza el número de jóvenes que participan en este juego de las ucronías. Tampoco es un gran explicativo el hecho de poseer o no formación profesional, dado que, lamento decirlo, este galardón académico no impide que profesionales de diversas ramas transformen sus redes sociales en bases de la desmemoria. Parece que la explicación, nuevamente, de acuerdo con las investigaciones en psicología, se encuentra en la pugna entre el pensamiento analítico y el intuitivo.
Se ha encontrado que, a mayor pensamiento analítico, menor es la difusión de fake news. En otras palabras, cuánto más proclive es la persona a utilizar aquel pensamiento que la faculta para sopesar intencional y esforzadamente las diferentes aristas de la información, sin dejarse influir por sus creencias sociales, económicas, políticas, religiosas, entre otras, más proclive será a desacreditar noticias falsas. Por el contrario, cuánto más difícil sea gobernar este pensamiento, más fácil será pensar de forma automática y, a causa de los sesgos, los prejuicios y las ideas preconcebidas, más simple será creer en este tipo de bulos. Lo que sucede es que, si no somos capaces de frenar el poder de, por ejemplo, nuestros sesgos por intermedio del pensamiento analítico, vamos a caer presos de la información que más se aproxime a lo que creemos sin considerar su valor de verdad. Esto quiere decir que, mientras menos concienzudos y reflexivos seamos, más susceptibles estaremos a considerar como verdaderos datos irreales porque se asemejan a lo que conocemos (sesgo de familiaridad) o confirman lo que creemos (sesgo de confirmación).
Para frenar el creciente caudal de fake news, no queda de otra que fortalecer las vías cerebrales del pensamiento analítico que son, también, las vías de la autorregulación emocional —no por nada, a las personas con dificultades para regular sus emociones, les cuesta más detenerse a observar con la mayor objetividad posible los contenidos publicados—. Para ello, se pueden emplear diversas técnicas, desde la meditación mindfulness hasta la que considero una de las más potentes de todas: la psicoterapia. Sin embargo, desde casa, podemos hacer un breve, pero muy laborioso ejercicio: parar (impedir la respuesta automática, en este caso, creer que una noticia es verdadera), analizar externamente (pensar en, por ejemplo, de qué fuente proviene la información), analizar internamente (examinar qué creencias o prejuicios nos llevan a creer tan rápido en una noticia), comparar (p. ej., buscar distintas fuentes confiables que hablen de la noticia en cuestión) y decidir (si compartir la noticia o no). Esta estrategia, aunque parece básica, sirve mucho para discernir entre comunicaciones adulteradas o ciertas, y nos brinda la posibilidad de liberarnos del yugo de la desinformación.
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