Por tantos años nos hemos pasado la luz roja al manejar en las calles de Lima que, hoy en día, aceptamos que hacerlo tiene poco de malo. Ya es normal. Cuando esa normalidad se instala en nuestro razonamiento, se vuelve cada vez más fácil transgredir la norma detrás de la luz roja, pues ya la hemos vaciado de contenido. La luz roja está ahí para ser quebrantada. Siempre encontraremos justificaciones para hacerlo.
Pasa algo similar respecto de la violencia contra las mujeres. Hay tantas féminas que han sido agredidas por sus parejas y la sociedad nos ha entregado tantos mensajes que marginan y hasta directamente violentan a las mujeres que, hoy, este tipo de violencia parece normal para muchos hombres. “Le pego porque es mujer”, le decía un hombre a otro mientras le pegaba a su pareja, en un video viralizado hace pocos días.
Pero la cuestión no es tan simple. La normalización de la violencia se conecta con otros aspectos, esencialmente con cómo nos han enseñado y hemos aprendido a ser hombres. La violencia basada en el género es una forma de castigo para que la mujer siga cumpliendo con el estereotipo tradicional.
Muchos piensan que si estos problemas no se acaban como consecuencia de políticas públicas y la lucha feminista, por lo menos se acabarán en algunos años por muerte generacional (cuando las generaciones “antiguas”, que normalizan la violencia contra las mujeres, ya no caminen en este planeta). Se trata de una conclusión tan triste como poco cierta.
En el Perú, la normalización de la violencia contra las mujeres está bastante extendida. No se reduce a los “más viejos” y no está ausente en los “más jóvenes”. Por el contrario, sigue muy vigente en las generaciones jóvenes.
En 2017, los investigadores Arístides Vara y Dennis López, de la Universidad San Martín de Porres*, realizaron un estudio en el que encuestaron a más de ocho mil universitarios, aquella masa que consideramos el futuro del país. Me interesan las respuestas de la mitad de la muestra, es decir, los más de cuatro mil hombres encuestados. Y, en particular, me interesan unos pocos datos que ilustran que estas generaciones jóvenes están “bien vivitas y coleando” en un miasma machista de larga data.
El 85 % consideró que los hombres que agreden a mujeres son enfermos o trastornados. Sin embargo, aproximadamente la mitad de ese porcentaje señaló que golpearía a su pareja en cuatro casos:
- Por alguna razón justificada (46 %).
- Porque perdería el control (57 %).
- Porque ella lo provocó (34 %).
- Solo levemente, sin lastimarla (45 %).
Lo que estas cifras muestran es que gran parte de la población masculina, incluso aquel sector joven en el que confiamos el futuro de nuestro país, ha normalizado la violencia contra las mujeres. Muy sueltos de huesos reconocen y legitiman el uso de agresiones contra ellas “por cualquier razón justificada”.
Para agravar el tema, los encuestados saben que no deben agredir. El 85 % señala que asumiría su responsabilidad por la agresión y aceptaría el respectivo castigo. En efecto, la violencia contra la mujer es un castigo que tiene pena de cárcel. Pero no parece importar. Quizás la pena es solo una sanción moral que a muchos les importa menos que un partido de fútbol.
Creo que el machismo es un monstruo sin cabeza. Está por todos lados y tiene múltiples representantes. De ahí que sea tan difícil evadirlo y combatirlo. Por lo pronto, una de las lecciones que nos deja el trabajo de Vara y López es que las universidades tienen la responsabilidad social y ética de hacer algo al respecto. De eso, ninguna autoridad o profesor debería escapar.
* Vara, Arístides y Dennis López (2017). “Sí, pero no”. La aceptación implícita de la violencia contra las mujeres en el Perú: Un estudio nacional en jóvenes universitarios que demuestra la alta tolerancia hacia la violencia contra las mujeres en relaciones de pareja. Lima: GIZ, USMP. Disponible en http://bit.ly/2RahLLO
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