Hace días, durante el debate del informe que recomendó suspender al Congresista Mamani por tocamientos indebidos a una aeromoza, otra congresista, Paloma Noceda, comentó en el Pleno del Congreso que meses antes uno de sus colegas le hizo una “suerte de masaje asqueroso en el cuello”.
Hechos de este tipo generan reacciones diversas. Pero hay una en particular que siempre capta mi atención: “¡¿Por qué no denunció antes?!”. La he escuchado en casos de agresiones menores, como empujones, hasta mayores, como violaciones sexuales.
A veces, esta frase viene sola y sin anestesia. A veces, viene acompañada de una previa, más o menos del siguiente estilo: “Qué terrible lo que le pasó, pero… ¡¿por qué no denunció antes?!”.
En realidad, esta pregunta tiene un débil afán por buscar una respuesta. Más que nada, es un juzgamiento. Y se trata de un juzgamiento desinformado.
Desde ese ángulo, si la mujer no denunció antes el hecho es porque quizás consintió que la tocaran, le gustó, o quizás hasta no ocurrió. Si la mujer que fue objeto de violencia recién la hace pública se le cuestiona porque probablemente quiere sacar algo de provecho (fama, cámaras, escándalo, dinero, etc.).
Más bien, si en verdad queremos entender por qué no denuncian, es necesario mirar a otro lado. Las explicaciones son diversas. En principio, muchas se animan a denunciar solo si hay pruebas físicas visibles. Sabemos de muchos casos que son desestimados o tomados con mala gana en las comisarías por carecer de huellas visibles de maltrato.
Otras no lo hacen por temor a nuevas agresiones. Esto se entiende mejor con cifras. El 20% de víctimas de feminicidio había interpuesto una denuncia previa contra su agresor, lo que cuestiona seriamente qué tipo de justicia y protección real les ofrece el Estado a las mujeres en situación de violencia.
También se sabe que las denunciantes con mayor soporte familiar son las que se animan en mayor proporción a denunciar a sus agresores. Carecer de este soporte sugiere que la dependencia sigue estando, más bien, en el agresor. Y una denuncia bajo estas circunstancias podría incluso aumentar la violencia como represalia.
Pero muchas mujeres con soporte familiar o que ya están alejadas y protegidas de su agresor, deciden no denunciar. Luego de un tiempo de sucedido los hechos, algunas víctimas adquieren una tranquilidad relativa. Ya pasó el hecho y prefieren enterrar el recuerdo (aunque no necesariamente sus consecuencias). El reciente relato de Thelma Fardin, actriz argentina, violada durante su adolescencia lo ilustra claramente:
“Durante 9 años, lo anulé para poder seguir adelante. Hasta que hace unos meses escuché a otra chica acusar a la misma persona. Y eso fue un cachetazo para mí”
Una denuncia abre nuevamente esa sensación de volver a perder el control. La denuncia las expone a las opiniones y miradas de familiares, amigos y terceros, así como también a la de policías, jueces, fiscales, peritos, abogados y ante el mismo agresor. Es la re-victimización. Es una experiencia cercana a vivir nuevamente el hecho, especialmente si durante el proceso judicial la mujer es obligada innecesariamente una y otra vez a narrar los hechos sucedidos y enfrentar preguntas que, tal como el título de este artículo, buscan indagar si la víctima tuvo algo de culpa por lo que le pasó.
Las denuncias se frenan, además, cuando la figura del agresor no calza con la que socialmente hemos construido (enfermo mental, violador, asesino). Muchos agresores siguen siendo los tipos carismáticos del trabajo, el colegio o la familia. Ese choque de imágenes causa confusión y nubla el juicio, más aún si se trata del padre de los hijos o si de él depende la subsistencia económica de la mujer.
En los últimos meses, un fenómeno particular y distinto ha hecho que más mujeres denuncien. El movimiento del #MeToo y sus variantes ha motivado a una forma de solidaridad difusa (sororidad) que genera un ambiente de respaldo.
Este lunes 10 de diciembre, se conmemoraron 70 años de la adopción de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Desde entonces ha habido muchos avances, pero también hay aún muchos pendientes. Dentro de esta lista, no solo está eliminar la violencia contra las mujeres, sino también desterrar esos pensamientos que le restan valor a las víctimas. Quizás, sin ellos, más mujeres también se animarían a denunciar.
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