Ya sea a través de un reto viral, una aplicación disruptiva o el uso constante de filtros biométricos, el reconocimiento facial se ha convertido en la puerta de acceso a un reordenamiento de datos increíble.
Este 2019 hemos presenciado diversos hechos relacionados al reconocimiento facial, un sistema que le permite a las redes neuronales computarizadas relacionar datos en base a nuestro rostro en entornos públicos y privados. Las cámaras de video vigilancia, los teléfonos, centros comerciales, lugares frecuentes de atención y hasta aplicaciones gratuitas son capaces de identificar la identidad de los usuarios con un breve repaso de la cara y analizando el dato obtenido. ¿Porqué es tan importante que las compañías accedan a información de nuestro rostro?
Una publicación en WIRED lanzó la alerta tras la emoción del #10yearsChallenge. Kate O´Neil, reconocida ponente e investigadora de temas relacionados a la tecnología y la sociedad, publicó un tuit en donde sugería que el juego escondería un sistema para mejorar el algoritmo de reconocimiento facial, y entender cómo las facciones evolucionan en 10 años.
FaceApp y la preocupación
Cuando (re)apareció “FaceApp” en nuestras vidas saltaron las alarmas – varios años tarde, pero saltaron – y comenzamos a preguntar cuál era el peligro al usar esta app que distorsiona con filtros el rostro.
Si bien parece un juego, desde distintos frentes se debatió sobre la seguridad de este desarrollo, al punto que el propio creador de “FaceApp” salió a aclarar el asunto, aunque nadie creyera nada de lo que decía.
Redes GAN y DeepFake
Con la enorme exposición que tenemos, y la información que le damos a los sensores, el desarrollo de tecnologías de reemplazo la generación artificial de identidades ha llegado a niveles realmente altos. No solo han aparecido sitios web que construyen rostros humanos de la nada – y gatitos, nunca te olvides de los gatitos -, sino también apps que desnudan a mujeres en segundos.
Las redes GAN – una inteligencia artificial que usa dos redes neuronales, en donde una genera contenido desde cero y la otra se encarga de discriminar y criticar cada paso de la confección hasta lograr un producto satisfactorio para ambas – han evolucionado a un ritmo acelerado, y es más fácil convertir a Rasputin en cantante pop que obligar a Mark Zuckerberg a pedir perdón por sus fallos en Facebook.
Luego de revisar toda esta informacion me vino a la mente la siguiente pregunta: ¿Hace cuánto cuelgas tus fotos en redes sociales? Mi primer recuerdo en estas lides se remonta al 2005, cuando abrí mi cuenta de Hi5 (sí, seguro tú también tuviste una cuenta). Desde hace 14 años, para ser exacto, he tenido el hábito de ponerle fotografías mías a las redes que uso; pues considero responsable, en todas las condiciones y plataformas, ser consecuente con lo que digo y pienso en persona y en redes, ya que soy la misma persona en ambas. Sin embargo, esta nota va más allá de una simple exposición.
Aquí hay varias fórmulas a explicar, y parte de esas fórmulas son parte de una evolución orgánica de cómo aceptamos, sin chistar, las tendencias y momentos que la vida digital propone.
Hay que ordenar Internet, y alguien tiene que hacerlo. Para lograr mejorar la experiencia de datos en nuestra vida, hay que organizarlos. Gran parte de la información que se aloja en la web no está categorizada y no puede ser vista por los buscadores, como Google o BING. La misión de muchas empresas tecnológicas es, justamente, organizar los datos y generar líneas de tiempo y temáticas secuenciales que puedan ser referenciadas por motores de búsqueda y asistentes virtuales en el momento que lo necesitemos.
Una foto es data realmente valiosa. Servicios como Google Fotos o Facebook, te permiten alojar fotos de manera gratuita e ilimitada. Desde hace años, usamos estas aplicaciones para exponer nuestra vida, o para preservar en digital algunos recuerdos. Pero ¿cuál es el negocio si no te cobran por alojamiento? Puedes revisar el costo de Dropbox o de iCloud, y verás que no es barato. Incluso debes pagarlo por mes. Entonces ¿porqué unos cobran y otros no? Bueno, todos te cobran, pero no todas lo hacen con dinero. Les estás pagando con material para que el algoritmo de reconocimiento facial entienda mejor las peculiaridades de nuestro crecimiento. Con cada foto que subimos, capacitamos al reconocimiento facial.
De la imposición a la necesidad. Nos hemos demorado en darnos cuenta, pero hoy es más fácil ser obligados a algo que, paradójicamente, no hubiésemos aceptado voluntariamente hace 15 años. Si en 2002 alguien te hubiera dicho que estarías aportando voluntariamente a un sistema recolector de datos diarios, en donde compartirías voluntariamente tu vida y las personas dentro de ella, reportando los lugares que visitas y tus preferencias personales en música y cine, pues lo hubieras mandado a rodar. Pero ahora, haces exactamente lo mismo en Facebook, e incluso lo haces en segundo plano y de manera automática. Hoy ya no nos resistimos a las tendencias, y las abrazamos de manera más concreta. La que podría obligarnos, si hubiera algún culpable en esta estrategia, sería la propia necesidad de ser parte de una tendencia.
Esto no es malo, pero tampoco bueno. El reconocimiento facial es necesario, pero no por eso tiene una cualidad buena o mala. Con la correcta implementación, y tal como señala Katy O´Neil en su nota, podría ayudarnos a encontrar niños perdidos en un sistema de cámaras, o establecer mejores medidas de seguridad en lugares muy concurridos. La misma Taylor Swift, por ejemplo, ha decidido implementar un servicio de reconocimiento facial para prevenir el ingreso de personas peligrosas a sus eventos. El aforo de aeropuertos en Estados Unidos hoy se va nutriendo de estas capacidades, al igual que recintos públicos en los que se pueda relacionar el antecedente de un visitante a un historial criminal. Sin embargo, también es una eficaz herramienta para la publicidad. Con una medición correcta de nuestra edad, el tipo de piel y combinando esa data con nuestros hábitos y preferencias, las redes pueden elaborar micro campañas eficientes, pero más invasivas.
Vamos a seguir cediendo, y eso es inevitable. Si bien es opcional, no hay otros modelos menos intrusivos a la vista. Para que la Inteligencia Artificial te sirva, debes concederle acceso. Si quieres que una relación funcione, debes ser absolutamente honesto con la otra persona. Sé que es una comparativa muy extremista, pero no se me ocurre otra manera de plantear esta dualidad. Si tenemos una entidad que aprende de nosotros, pero nosotros no le damos acceso ¿qué aprende y cómo podría sernos útil?
Por otro lado ¿realmente la necesitamos? ¿es necesario tener este respaldo digital omnisciente? Al igual que todos los caminos diseñados por la humanidad, es un tema de decisión personal y respeto del otro por esa decisión. Quizás tú leas esto y no te convenza, y está bien. Seguramente no es para ti, y eso está bien. Hay gente que sí considera importante el generar esta simbiosis, a costo y riesgo de la invasión o la “lectura inteligente” de nuestra realidad. Lo único que esta nota busca es que tengas la información necesaria para entender porqué ocurre.
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