La última novela de Jonathan Franzen, quien nos visitó en la Feria del Libro hace un par de años, fue recibida con amor y odio. Seguramente una buena parte de la crítica estaba no escrita pero sí bien apertrechada antes de que se publicara el libro. Y es que los autores de culto provocan eso, pasiones y rechazos, dirigidos muchas veces a la persona antes que a la obra misma. “Pureza” puede ser una novela extensa, pretenciosa, enrevesada y al mismo tiempo una obra intensa, compleja, que supone un verdadero reto al lector. Y habrá razón en quien quiera decir algo sobre “Pureza” siempre que la haya leído: y habrá quien quiera decir algo sobre su autor, pero esa ya es otra historia.
Franzen es uno de los mejores narradores norteamericanos, fundamental para comprender la literatura (pos)moderna y, como pocos en este siglo XXI, un autor de culto con admiradores y detractores por doquier. Pero quien lea “Pureza”, por menos aprecio que le tenga, deberá esforzarse muchísimo para demostrar que esta no es una gran novela.
De países de ficción y de verdad – y de entre ellos el Perú
Las historias de“Pureza” van desde Oakland a Denver y Nueva York; pasando por Lepizig y Berlín; el enigmático Belice y la rebelde Bolivia –más precisamente el paradisiaco refugio Los Volcanes, en Santa Cruz de la Sierra–.
Cada lugar resulta un marco importante para la acción, que por ratos tiene el ritmo y suspenso de un policial y por otros la reflexión de una novela alemana. Purity “Pip” Tyler es una joven agobiada por las deudas universitarias y sobre todo por saber quién es su padre, a quien desea encontrar no solo para obtener certeza en su vida sino también para transferirle su agobio económico. El problema es que su madre ha cambiado hasta sus nombres y la vive engañando con tal de que Pip no logre su cometido. Ella finalmente logra escapar para vivir con unos extraños losers del tan febril como efímero movimiento “Occupy” (no de Wall Street sino de la menos glamorosa costa oeste norteamericana) y conoce a una alemana que la recomendará con uno de los gurúes de la información en el siglo XXI. Este es el extraño Andreas Wolf, un cincuentón alemán que dirige el Sunlight Project, una plataforma que destapa escándalos en cualquier parte del mundo; y así trabajará con Tom Aberant, director de un medio independiente en Denver dispuesto a todo con tal de un buen destape.
Pero en “Pureza” no todo es lo que parece. Hay pasados culposos y crímenes olvidados. Y es Purity quien va en busca de ese privilegiado bien tras el que van también Tom y Andreas en el hiperconectado mundo de la información: la verdad. Bueno, no todos. Hay quienes van en busca de la vanidosa belleza o de la abstracta fama. Y allí aparece la peruana Flor, una de las brillantes y deseables seguidoras de Wolf que llegan a Bolivia desde todos los rincones del mundo para ponerse a disposición de un proyecto que ilumina como la luz del sol. Flor es compañera de habitación de Pip y está en tenaz competencia con el resto de las habitantes de aquel valle de muñecas. Es “una peruana bajita, criada en Estados Unidos. Si alguna vez Disney filmaba una película destinada al mercado sudamericano, su heroína tendría la misma pinta que ella”. Pero es además “un carnívoro obsesivo que sólo se alimenta de la carne de la fama. No necesita dinero; su familia es dueña de medio Perú. Se dedican a los minerales a lo grande. Se pasa la vida en plan…. ¿Fama? ¿Aquí huele a fama? ¿Alguien tiene un poco de fama por aquí? ¿La compartes conmigo?”
Sí, parece que el genio de Franzen está en haber imaginado y descrito perfectamente a las artificiales guerreras de los realities de la televisión peruana de nuestro siglo XXI. Ditto.
Marca Perú
La extensa novela describe múltiples lugares y épocas por las que pasan las sagas familiares de sus protagonistas y son varias las menciones al Perú: Chuck Aberant –padre de Tom– era un iluso soñador que quería llevarse a sus hijas a Tanzania, Tailandia y Perú en los cincuenta; y el padre de Anabel –ex de Tom, madre de Pip– es el millonario David Laird, dueño de Mc Caskill (símil de Monsanto) quien hace dinero con la harina de pescado peruana en los setentas, quizás porque sus escrúpulos son comparables a los de nuestros lobistas pesqueros.
Pero si realmente quieren sentirse orgulloso de la “marca Perú”, tendrán un síncope al ver que Pip, en California, “iba de camino a un restaurante peruano de Bernal Heights que le quedaba absolutamente a trasmano, porque al parecer Colleen (una ex amiga en el campamento) seguía las modas culinarias y tenía ganas de probarlo”. Pide platos para picar[1] en aquel emporio de la gastronomía peruana y así Franzen nos lleva al ultraconectado, cosmopolita y autocomplaciente San Francisco del siglo XXI en el que nuestra culinaria se ha vuelto trendy.
Las anécdotas pasan, pero que Franzen haya incluido a una chica y un restaurant peruano de moda en San Francisco da que pensar. ¿Está Perú en el mapa del siglo XXI? ¿Será que un expresidente que sigue bebiendo y organizando cuchipandas en California a la espera de su extradición ha llamado la atención de un gran escritor? Como para que nuestros promotores del país se regodeen con estas apariciones fugaces de peruanidad…claro, si se enterasen.
[1] Bernal Heights está cerca del famoso barrio gay de Castro y del waterfront de San Francisco donde está La Mar. Pero bien podría ser que Colleen y Pip fueron a “Piqueos”, un restaurant de San Francisco cuya recomendación reza así: “Fusion Peruvian Cuisine. Artful ambiance. These are the ingredients that create this dynamic San Francisco restaurant, Piqueos. In our cuisine you will find an unmistakable touch of Peru. In every dish the distinct flavors of regional spices come through.”
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