Hace unas semanas, me llamó Carlos, un coach con quien trabajé hace casi 6 años cuando era jefe zonal de un banco. Me comenta con orgullo que fue ascendido a vicepresidente y que quería trabajar un proceso de coaching para ayudarlo a consolidar su nueva posición y su rol regional.
Durante la conversación, Carlos identificó que una de las expectativas de su nueva posición era que sea capaz de enseñar y guiar al equipo. Sus 8 años en la empresa y gran conocimiento del negocio debían ponerse de manifiesto en este nuevo desafío. En este contexto, le pedí que se tomara un tiempo para sentarse solo y responder: ¿Qué es aquello que has venido a enseñar? (más allá del trabajo) y ¿cómo aprendiste eso en la vida?
El acuerdo era que él me buscaría para la siguiente sesión cuando lo tenga listo y lo leería en voz alta. Pasaron dos semanas y me llamó para reunirnos: Empezó la sesión diciéndome que la tarea fue de las cosas más difíciles que ha respondido en su vida.
Con la autorización de Carlos, voy a citar algunos de los pasajes de su texto (que fueron más de tres hojas): “Pasé muchos años de mi vida alejado (emocional y físicamente) de mi padre pues sus formas y creencias desafiaban mis propias creencias. Sin embargo, mi madre tenía esta manía de decir que éramos iguales y que por eso nos llevábamos tan mal. Ahora entiendo que nuestras formas (tercos, desafiantes y elocuentes) eran muy parecidas y se convirtieron en factor determinante para nuestras eternas peleas.”
A medida que pasaba el tiempo, Carlos se alejaba más de su padre pues esperaba que se diera cuenta del daño que le hacía, le hubiera gustado que no sea tan severo y castrador. Con frecuencia se escuchaba a sí mismo usando frases como: “Qué odioso es, ya no lo soporto, debería ser más comprensivo, podría ser más cercano, tendría que ser más considerado”, y una lista interminable de etcéteras.
Hace más de cuatro años, su padre fue diagnosticado con una enfermedad terminal que lo iría apagando de a poquitos. En este contexto, Carlos empezó a acercarse a él ,quien al estar adolorido, molesto con la vida y su situación, se volvió más renegón, lo que dificultaba aún más cualquier acercamiento. A pesar de esto (o, debido a esto) Carlos decidió que no seguiría alejado de su padre y buscaría nuevas formas de vincularse.
En este contexto, Carlos pudo reconocer que debía aceptar y aprender de su padre y dejar de intentar cambiarlo. Aceptarlo tal como era para empezar a construir la relación desde su propia responsabilidad y no desde la expectativa que tenía de lo que debía ser o hacer su padre.
Fueron estas nuevas formas las que lo llevaron a acompañar sus últimos años con amor y paciencia, pudo abrazarlo, ser capaz de mirarlo a los ojos y sonreírle: “Poco a poco mi viejo se fue apagando, día a día, mes a mes, hasta que llegó el día que su muerte y pude despedirme en paz, sabiendo con claridad que había abierto la puerta que necesitábamos para volver a abrazarnos desde ese amor que siempre estuvo oculto en nuestras diferencias”.
En este sentido, Carlos comprendió que, en una empresa como la suya, que vive en permanentemente proceso de cambio y en un mercado cada vez más competitivo y globalizado, su aprendizaje sobre el poder de la aceptación es lo que debía entregarle a su equipo. Ayudar a comprender lo importante que resulta el aceptar las cosas como son y no como quisiéramos que sean.
Ahora bien, si nos atrevemos a llevar el aprendizaje de Carlos a nuestras vidas, seremos capaces de aceptar que todo aquel que cruza nuestro camino (sobre todo aquellas personas que más nos desafían), nos regala una oportunidad para aprender, evolucionar y sacar lo mejor de nosotros mismos, ya que como dice F. Álvarez: “No importa cuántas veces te caigas, importa cuantas veces te levantes”. ¿Y tú, que es aquello que has venido a enseñar? ¿Cómo te lo enseñó la vida?
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