El miedo es una fuerza poderosa que no se limita al ámbito emocional. Hemos crecido vinculando el miedo a debilidad. ¿Quién no ha recibido alguna vez el “sabio consejo” de: “no tengas miedo”? Como si el miedo fuera algo que podemos sacarnos o ponernos a voluntad.
Como especie, tenemos un sistema autónomo que, cuando detecta riesgo o peligro, genera cambios en los diferentes niveles de nuestro cuerpo; por ejemplo, se dilatan nuestras pupilas para ver mejor, se ralentiza nuestro sistema digestivo (de ahí que sintamos esa sensación de vacío en el estómago) para darle más energía a nuestro corazón, de forma que pueda bombear más sangre a manos y pies y prepararnos para enfrentar el peligro. Todo este proceso interno existe para protegernos y asegurar nuestra supervivencia.
¿Qué pasaría si fuéramos capaces de utilizar toda esta energía para movilizarnos a nuestro favor? Cuando seamos capaces de considerar el miedo desde una perspectiva diferente, en la que este se convierte en nuestro impulso de crecimiento, seremos capaces de usar esta energía transformadora para nuestro beneficio. Sin embargo, históricamente hemos buscado negarlo o evitarlo, desaprovechando su impulso y volviéndolo negativo y paralizador.
Resulta innegable que esta crisis sanitaria nos ha enfrentado, en diferentes mediadas, a nuestros miedos más profundos. Hemos vivido expuestos al miedo al contagio, al desempleo, sumado a los desafíos políticos, y todos los cambios que han llegado como parte de esta nueva normalidad. Es en este contexto en el que el miedo -en su condición de emoción primaria- se convierte en gatillo de acciones y conductas. Si bien no podemos dejar de sentirlo, podemos decidir usarlo como fuente de energía para el logro de resultados diferentes.
En lo personal, esta coyuntura me tuvo atada a mi silla del escritorio durante los primeros meses, sacando adelante mi trabajo, el colegio de mi hija, la casa y todo cuanto hubo que redefinir. Recuerdo un día en particular, a principios de mayo, en el que me senté a las 7am pues tenía una sesión de coaching y terminé a las 10 pm con una clase para la maestría. Ese día, me vi a mí misma sentada en la misma posición, con el plato de comida que mi esposo me había llevado y con los ojos enrojecidos por el agotamiento. Ese día pude reconocer en mí el mayor de los miedos, el miedo a morir.
Eso que me estaba ocurriendo estaba asociado a mi necesidad de adaptación, sin embargo, quedarme sentada en la misma silla todos los días y que mi máximo movimiento sea a la cocina, el baño o el cuarto, me iba a matar. El sedentarismo estaba menguando mis fuerzas y yo sabía que, si me contagiaba, un sistema inmune fuerte sería mi mejor caballito de batalla.
Así que, al día siguiente, cargada de mi propia historia de sedentarismo y con la energía de mis miedos más profundos, decidí salir a caminar y me propuse hacerme la rutina de caminar media hora cada día. Han pasado 8 meses desde aquel día en el que el miedo se convirtió en mi aliado y motor de acción. No puedo decir que camino todos los días, pero puedo asegurar que esa energía que me movió sigue presente para impulsarme ya no a caminar, sino a trotar.
Esta misma energía movilizadora, la utilizó Guido, accionista de una empresa de retail en Chile con quien estoy llevando un proceso de coaching. En una de las sesiones me comenta que estaba agotado física, mental y emocionalmente. Al ayudarlo a profundizar en estas sensaciones, pudo comprender que el miedo asociado a las dificultades económicas de su negocio, lo habían llevado a plantearse la posibilidad de cerrar la empresa y, solo pensar en el impacto que esto tendría en la vida de tantas familias, lo quebró.
Debo reconocer que ver a un hombre muy serio y fuerte conmoverse así, me samaqueó muchísimo. Gracias a Dios, recordé que, en una sesión previa, Guido me había comentado sobre su pasión por hacer kayak en los rápidos, y le leí algo que él me había dicho al respecto: “La vida es como el río: avanza con el movimiento. Cuando llegamos a los rápidos, aparece el miedo y es ahí donde comienza el disfrute. Si el agua está muy calmada, nunca llegarás a la parte aterradora y, por lo tanto, nunca podrás disfrutarla.”
Cuando le leí su propia frase, sonrió y pudo darles un significado diferente a sus miedos. Al terminar la sesión, le pedí que me regale su principal aprendizaje y le pedí permiso para compartirlo: Mi gestión estaba siendo predecible y calma. Ahora me toca aprender y disfrutar de estos rápidos que la COVID-19 ha traído a mi vida. Tengo miedo, pero no le voy a permitir paralizarme más.
Y tú que estás leyendo, ¿qué miedos has estado enfrentado estos últimos meses? ¿Cómo puedes usar esa energía a tu favor? No es negar el miedo; es reconocerlo, ¡agradecerle por el mensaje de alerta que trae y avanzar!
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