Soy docente de postgrado desde hace más de 12 años. En este tiempo, he sido testigo silencioso de estudiantes de todos los estratos sociales, edades y niveles jerárquicos procrastinar con la fecha de entrega de sus trabajos. Soy coach desde la misma época y visto el mismo patrón en clientes de todos los niveles y jerarquías.
Estoy desarrollando una tesis de investigación sobre liderazgo docente y su impacto en la motivación de los estudiantes. Esta investigación me ha permitido comprender que el contexto puede predecir el comportamiento de manera más certera que la personalidad o la inteligencia.
En este sentido, cuando una persona (en cualquiera de sus roles, ya sea como estudiante, profesional, líder, hijo) falla al completar sus responsabilidades, debemos buscar comprender su contexto: ¿Cuáles son aquellos factores situacionales que están frenando a esta persona? ¿Qué necesidades siente que no se están cubriendo?
En lo personal cuando de manera automática mi ego etiqueta el comportamiento de otro como “pereza” me intereso en saber: ¿cuáles son las barreras que no estoy viendo? ¿Qué está protegiendo esta persona? ¿Qué busca lograr con esta conducta?
Esta batería de preguntas no busca cuestionar a la persona, sino ofrecer y obtener un acercamiento curioso a su actitud ineficiente. Cuando soy capaz de identificar aquellas barreas o mecanismos de protección inconsciente, resulto siendo más eficaz en lograr que dé el primer paso por voluntad propia.
En esta carrera atolondrada por lograr resultados, las personas se convierten en recursos (no es raro que se llame así al área de Recursos Humanos) y nos dedicamos a juzgarlas y etiquetarlas como partes que sirven o no sirven para un puesto. Indubitablemente hay personas que están en posiciones equivocadas por sus capacidades y talentos. Pero no estoy hablando de capacidades sino de comportamientos y actitudes.
En este sentido, resulta más fácil pensar que las personas ociosas son las dueñas de sus ineficiencias (son vagos porque quieren, están distraídos porque no les importa, etc.) en lugar de buscar comprender qué factores contextuales los afectan. Cuando no dejamos un espacio para comprender la situación en su conjunto, imponemos con mucha facilidad severos calificativos y rígidas expectativas en sus resultados.
Cuando he sido capaz de comprender que los comportamientos son signos y aceptar la ociosidad como una explicación para algo que no estoy viendo, he sido capaz de ayudar a mis clientes a salir adelante cuando estaban en modo de piloto automático en sus carreras o cuando uno de mis colaboradores estaba desenganchado y ocioso.
Si algo en el comportamiento de otra persona carece de sentido para ti, es porque te falta una pieza del rompecabezas que está en el contexto y realidad de la otra persona. Lo que es más increíble es que la mayoría de las veces la otra persona ni siquiera saber que tiene esa pieza. Ayudarla a encontrarla y tomar conciencia de sus capacidades, así como el impacto de sus acciones en su desempeño, en el equipo y en los resultados del área, contribuye muchísimo a empoderarlo.
Echemos un vistazo a la señal más común de ociosidad: La procrastinación. En mi caso, por ejemplo, no necesité armar un plan escrito para desarrollar mi tesis (definición de tema, recolección de data, procesamiento, análisis y conclusiones). Mi enfocado, meticuloso y casi obsesivo cerebrito está diseñado así, es capaz de desmenuzar una tarea en etapas. Esto me permitió ir a mi ritmo y hacer un trabajo de tesis unipersonal.
Sin embargo, hubo otros compañeros que requirieron constituirse en grupos de trabajo para asegurar sus pasos pues sus cerebros (mucho más amplios y creativos) tienen una forma diferente de funcionamiento. Eso no los hace ociosos, los hace diferentes, con habilidades creativas maravillosas y con una necesidad de estructura que debe ser atendida.
Recuerdo una oportunidad en la que estaba por iniciar el desarrollo de un Programa de Liderazgo en una organización cuando el jefe de una de las áreas de la empresa se acerca a mí y me pide que preste especial atención a un colaborador (a quien llamaremos Raúl) que estaba pensando en sacarlo. Me comentó que su apatía, incapacidad para conectar con el equipo y sus faltas y tardanzas recurrentes, estaban afectando el clima del equipo. Raúl era un hombre delgado de unos 40 años, tenía casi 3 años en la organización y, efectivamente, provocaba darle un “zamacón” para que reaccione.
Habían pasado como tres meses de iniciado el programa, y nos tocaba desarrollar el módulo de Inteligencia Emocional. En el intermedio, luego de conceptualizar y comprender la importancia de reconocer nuestras emociones para gestionarlas y evitar que nos dañen, se me acerca Raúl a preguntar si yo creía que una persona que no hubiera llorado una pena podía caer en depresión. Fue esta pauta de conversación la que le permitió comprender que estaba pasando por un proceso depresivo tras la muerte de su esposa, quien había fallecido dejando a sus hijos pequeños ¡hacia casi 8 años! En la empresa sabían que era viudo, pero nunca supieron cuánto le había afectado.
Ha pasado casi un año de aquella vez. Luego de conversaciones de ida y venida entre cada módulo y por supuesto un acercamiento más cercano de su jefe y un soporte más humano de su equipo, este colaborador hoy va a terapia, es mucho más colaborativo y su compromiso con la organización es incomparable.
Ir un poco más allá de la etiqueta y tratar de completar la figura es tal vez una de las cosas más humanas que podemos hacer por el otro. No juzgar lo que hace sino tratar de comprender por qué lo hace.
Las personas no eligen en fallar o decepcionar. Nadie quiere sentirse incapaz, apático o ineficaz. Si observas la acción (o la inacción) de una persona y solo ves la pereza, seguro te están faltando piezas clave. Es probable que no compredas, o incluso que te parezcan motivos inválidos, pero no significa que no estén allí. Dale una mirada más profunda a la situación.
Tal vez nunca habías podido comprender el comportamiento humano de esta manera. Está bien, no nos enseñaron. Pero ahora que lo sabes, es importante que lo practiques.
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