La relación entre arquitectura y literatura es de larga data y creo yo que de influencias recíprocas. La mayor parte de las veces, los literatos suelen recoger en sus relatos las experiencias que tienen dentro de un determinado espacio o lugar, el que describen con mucha amplitud y detalle para poder construir mentalmente una imagen del mismo; la arquitectura será una suerte de escenario. Otras veces, el espacio es algo determinante para que algo suceda, y allí el rol de la arquitectura se torna más intenso y protagónico.
El literato muchas veces construye el espacio ideal para el desarrollo de su relato. Es por ejemplo el caso de Jorge Luis Borges —como bien lo ha señalado Cristina Grau en su libro Borges y la arquitectura—, quien construye por ejemplo la Biblioteca de Babel a partir de un módulo, que al repetirse infinitamente nos conduce a otra de sus imágenes preferidas: el laberinto.
Un estudio de la relación de Mario Vargas Llosa y la arquitectura ha tenido ya algunas aproximaciones por parte de algunos críticos de la arquitectura y requeriría un espacio mayor al que se dispone para esta columna. Así que me circunscribiré a una que ha llamado siempre mi atención y me ha servido algunas veces para realizar ejercicios en los talleres de diseño, donde los estudiantes deben entender al usuario para proponer un proyecto.
Quienes conocen la literatura de Vargas Llosa saben de la presencia de algunos personajes recurrentes en sus novelas, algunas veces dentro del rol principal, otras, en roles secundarios. Uno de ellos es don Rigoberto, que aparecerá en Elogio de la madrastra, Los cuadernos de don Rigoberto y también en El héroe discreto. Será en Los cuadernos donde aparecerá escribiéndole una carta al arquitecto, en la que le imparte sus instrucciones para el diseño de su casa:
“Nuestro malentendido es de carácter conceptual. Usted ha hecho ese bonito diseño de mi casa y de mi biblioteca partiendo del supuesto —muy extendido, por desgracia— de que en un hogar lo importante son las personas en vez de los objetos. No lo critico por hacer suyo este criterio, indispensable para un hombre de su profesión que no se resigne a prescindir de los clientes”.
Como bien lo saben mis colegas, no hay nada más complicado que construir un concepto y nada más letal para la elaboración de un proyecto que tener que destruirlo, porque no hemos entendido que para este “cliente” los objetos son más importantes que las personas y serán estos los que gobernarán, como bien lo señala el siguiente párrafo de las “instrucciones para el arquitecto”:
“Pero, mi concepción de mi futuro hogar es la opuesta. A saber: en ese pequeño espacio construido que llamaré mi mundo y que gobernarán mis caprichos, la primera prioridad la tendrán mis libros, cuadros y grabados; las personas seremos ciudadanos de segunda”.
Construir mundos o universos, como Borges —que señalaría en su cuento “La Biblioteca de Babel”: “El universo (que otros llaman la Biblioteca)”—, es tal vez el mayor reto que tenga que enfrentar un arquitecto que deba diseñarlos. Especialmente en estos tiempos de pandemia donde los “mundos” o los “universos” son cada vez más nuestras mismas casas, donde seguramente para algunos gobernarán las personas y en otras los objetos, aunque yo me atrevería a decir que lo más común será que gobiernen ambos, aunque no lo aseguro. En arquitectura todo es siempre relativo.
Quienes seguimos y admiramos la obra de MVLL percibimos muchas veces que sus personajes son de alguna manera un alter ego del propio autor, quien seguramente —ya en la vida real— habrá pedido a los arquitectos con los que ha interactuado y que han diseñado para él: “Lo que acabo de escribir es una verdad literal, no una enigmática metáfora. Construyo esta casa para padecer y divertirme con ellos, por ellos y para ellos”, refiriéndose a los libros y grabados.
En una entrevista realizada por MVLL a Borges en 1981, descubrirá que el “mundo” borgiano solo es un pequeño departamento de dos dormitorios, pocos muebles, una cama estrecha y un par de estantes con algunos libros esenciales. El entrevistador repara en que ninguno de los libros es de autoría de Borges. El “universo” está probablemente dentro de él.
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