Leo con alegría que en la reciente edición del Premio LEC (Líderes Empresariales del Cambio) mi colega y amigo Carlos Ángeles López-Aliaga, fundador de Ángeles Soluciones Estructurales, ha sido premiado en la categoría Empresa Mediana por su actuación en la construcción rápida de hospitales de emergencia. Se trata de una muy justa distinción a un arquitecto que desde hace muchos años viene desarrollando arquitectura efímera. Me parece importante también destacar que su emprendimiento personal, que empezó como el diseño y colocación de toldos para eventos sociales, haya ido escalando a otros eventos, como construir grandes escenarios para multitudinarios conciertos. También ha sido el responsable del escenario montado para la inauguración de los Juegos Panamericanos Lima 2019, así como la capilla que se construyó en la Base Aérea de Las Palmas para la visita del papa Francisco en el 2018.
Su trabajo ha despertado también un gran interés académico, motivo por el cual hemos invitado a Carlos Ángeles a la Universidad de Lima, para que nos exponga sobre su experiencia, muy valiosa tanto desde el punto de vista empresarial —como ha sido reconocido a través del premio conferido— como también desde el punto de vista creativo, en tanto diseño y construcción. Las obras que produce Ángeles y su empresa son útiles, estables y bellas, tal como decía Vitruvio que debía ser la arquitectura, hace más de dos mil años. Pero Vitruvio también señaló que la arquitectura tiende a la permanencia. Los edificios se construyen para perdurar por mucho tiempo, mas allá de las vidas de quienes los diseñan, edifican y habitan. La arquitectura es, de alguna manera, una forma de pretendida eternidad.
Por eso hablar de arquitectura efímera podría ser, aun en nuestros tiempos, un tema discutible. Los Estados, por ejemplo, suelen invertir en ladrillo, y la población suele ahorrar en ladrillo. La solidez es un signo inequívoco de la permanencia de lo construido y eso es algo que seguramente no va a cambiar. Pero en arquitectura, como lo digo siempre, todo es relativo; por lo tanto, las construcciones efímeras dependen de muchos factores, entre los cuales el más importante es el lugar y sus características.
A los primeros cronistas españoles que llegaron con la conquista les llamó la atención la ausencia de piedra en las edificaciones de la costa peruana, donde los materiales de construcción eran el barro y la caña. Les costó un tiempo y algunos terremotos entender lo inútil que podía ser la piedra frente a los movimientos telúricos y pronto incorporaron el barro y la caña a las edificaciones. También comprendieron que esa forma de construir paredes —que en principio les parecieron una suerte de corrales— era una estupenda solución para una región donde casi nunca llueve y las temperaturas no son extremas. Es así como se construyó en Lima y en otras ciudades de la costa hasta bien entrado el siglo XX. Lo permanente no estuvo nunca en la solidez; estuvo en lo liviano y flexible.
Lo “liviano” permite también una gran adaptabilidad. Hacer y deshacer es siempre más fácil cuando los materiales son ligeros y mejor si son reciclables, como el caso de las estructuras de Ángeles. Esa debería ser una de las bases de una arquitectura ecológica, cuyo impacto sobre el medio ambiente debe ser mínimo. Además, esa “adaptabilidad” es absolutamente necesaria en estos tiempos que vivimos, donde lo único permanente es el cambio. La pandemia de la COVID-19 nos ha enseñado que tenemos que actuar con rapidez y mucho ingenio, y adaptar estructuras existentes y construir nuevas de manera inmediata. Como, por ejemplo, pensar en hospitales modulares que puedan crecer y contraerse rápidamente en función de las circunstancias.
Pensar entonces una permanencia de lo efímero no es descabellado. Solo se necesita cambiar de actitud. A los arquitectos nos toca reinventarnos de acuerdo con las nuevas circunstancias, a la manera como lo ha hecho Carlos Ángeles, que vive permanentemente repensando cómo hacer buena arquitectura efímera cada día.
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