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Una veredita alegre

Nuestros jirones fueron hechos para el paso de peatones, cabalgaduras y acaso algún coche o carreta. Haber soportado casi un siglo la intromisión del automóvil ha sido la causa de la destrucción de la mayor cantidad de patrimonio.

Fue tal vez Chabuca Granda a través de su vals Fina estampa la que mejor definió la peatonalidad de Lima: “una veredita”, alegre, pero veredita al fin. No llega a la categoría de vereda y, por cierto, menos a la de acera, para la cual se requeriría por lo menos un par de buenos metros y no el metro veinte que miden la mayor parte de nuestras veredas, las que, según Neufert −el célebre vademécum del arquitecto−, es el espacio mínimo para que pasen dos personas.

Nuestros urbanizadores han sido siempre poco generosos con la ciudad y con el peatón. Siempre han minimizado la vereda e incluso la han llegado a desaparecer bajo el subterfugio de la “habilitación semirrústica”, que ha anexado predios a la ciudad con las mínimas condiciones de habilitación, como es el caso de varias urbanizaciones hoy nada periféricas, donde caminar por la ciudad puede ser una verdadera tortura.

. Nuestros jirones fueron hechos para el paso de peatones, cabalgaduras y acaso algún coche o carreta.
. Nuestros jirones fueron hechos para el paso de peatones, cabalgaduras y acaso algún coche o carreta. | Fuente: Andina

Por otro lado, nuestra veredita tampoco es tan alegre cuando la tenemos que compartir con los ciclistas irresponsables, con las motos de delivery y ahora con los scooters, esa nueva moda que ha aparecido en la ciudad y ha tomado por asalto las veredas, problema frente al cual las autoridades aún no tienen ninguna respuesta, pero sí dan cuenta de algunas víctimas.

Estando así las cosas, aparece la propuesta de ensanchar las veredas de las calles del Centro Histórico para dar privilegio al peatón sobre el automóvil y también debería serlo sobre otros vehículos. Se sigue así con una política que el actual alcalde ha implementado con éxito en Miraflores y que ahora ha empezado a realizar en el casco antiguo de la ciudad.

Esta medida seguramente es una de las mejores que se han tomado para recuperar el Centro Histórico y, de alguna manera, devolverlo a su condición original. Nuestros jirones fueron hechos para el paso de peatones, cabalgaduras y acaso algún coche o carreta. Haber soportado casi un siglo la intromisión del automóvil ha sido la causa de la destrucción de la mayor cantidad de patrimonio.

Recordemos cómo el ensanche de la avenida Abancay significó la destrucción de la iglesia y convento de la Concepción y la partición en dos del convento de San Francisco; cómo la apertura de la avenida Tacna hizo lo mismo con la iglesia y convento de Santa Rosa; y cómo el ensanche de la actual avenida Emancipación sobre la base del antiguo jirón Arequipa significó la destrucción de monumentos notables como la casa de don Pedro Beltrán frente a la iglesia de San Marcelo, conjunto que se complementaba con la plazuela aledaña y era probablemente uno de los espacios urbanos más agradables de la Lima histórica. Todo desaparecido por culpa del automóvil.

A pesar de que ya hace años que se frenaron los ensanches viales de las calles que desfiguraron la ciudad con sus tajos a la trama urbana, es necesario tomar medidas más drásticas para propender a la conservación de lo que queda. Peatonalizar el Centro Histórico ayuda a la valorización del patrimonio: el desplazamiento lento del peatón permite agudizar su percepción, concentrarse en el detalle y hacer de la experiencia del espacio una verdadera fruición. El manifiesto espíritu barroco de las edificaciones tradicionales de Lima requiere un tempo distinto al que te puede ofrecer el paso raudo de un automóvil y necesita también cierto silencio, cosa tan difícil de lograr en nuestra “Claxon City”, como alguna vez la llamó con acierto Ricardo Blume.

Por eso, peatonalizar es recuperar y recuperar es peatonalizar. Es, además, un buen principio para lograr restablecer en el Centro Histórico una dinámica no solo comercial, sino también residencial, y para ello se debe hacer de nuestro viejo casco un lugar agradable en el que vivir. Solo así tendrán sentido otra vez esos versos de Chabuca Granada, quien miró el futuro de la vieja Lima con esperanza:

[…] soñar que el tiempo vuelve a empezar

que se llegue a destino

y que todo camino está, está por recorrer.

Pasito a paso otra vez,

por las veredas quietas y al sol,

la madreselva, el pacae, ñorbos, nísperos y melocotón,

tu corazón antañón viajará de regreso

al ritmo ya olvidado de la vieja ilusión.

NOTA: “Ni el Grupo RPP, ni sus directores, accionistas, representantes legales, gerentes y/o empleados serán responsables bajo ninguna circunstancia por las declaraciones, comentarios u opiniones vertidas en la presente columna, siendo el único responsable el autor de la misma.
Enrique Bonilla

Enrique Bonilla Arquitecto

Director de la Carrera de Arquitectura de la Universidad de Lima. Maestro en Ciencias con mención en Arquitectura, por la Universidad Nacional de Ingeniería. Especialización en Restauración de Monumentos y Centros Históricos en el CECTI, en Florencia, Italia.

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