El desafío central de las ciencias económicas, en nuestros días, consiste en que la propia dinámica económica global, que crea ingente riqueza, ensancha también la desigualdad entre los seres humanos y acelera una debacle ambiental. Y es que la economía depende de la producción imparable de mercaderías, en su inmensa mayoría innecesarias o excesivas, pero propagandizadas como imprescindibles o imperativas; para que las consuman miles de millones de personas aborregadas, todos los días. El resultado es una presión inclemente sobre los recursos naturales, los ecosistemas silvestres y los territorios rurales e indígenas. Así, la vida en la Tierra y la propia vida humana van siendo arrinconadas, expoliadas, contaminadas y destruidas. Aniquilamos lo irremplazable para abrazar lo superfluo.
El capitalismo ha producido un mundo material y mentalmente tóxico. Aunque la Revolución Industrial desató nuestras fuerzas productivas, aunque los seres humanos jamás generamos tanta riqueza, los costos sociales y ambientales son insostenibles. No importa si una parte ínfima del crecimiento económico ha “chorreado” o “goteado” hacia las masas empobrecidas durante dos siglos. Una minoría cada vez más restringida concentra ávidamente los beneficios y la gran mayoría carga con los perjuicios: violencia, destrucción y desperdicios.
La “economía circular” es muy popular entre las propuestas alternativas: Rediseñar los sistemas productivos y de consumo para intensificar el reciclaje de materiales y minimizar los desperdicios dañinos, imitando el funcionamiento de los ecosistemas naturales. Se suele explicar didácticamente como “Las 3R”: Reducir, Reutilizar y Reciclar. Esta idea, que parece nueva, viene dando vueltas desde 1980. ¿Por qué avanza tan lento? Porque reducir (la R fundamental) es inherentemente contrario al capitalismo. Es decir, o tenemos economía circular (y la magnitud de la producción y el consumo de materiales y de energía decrecerían, buscando converger con los ritmos naturales de descomposición y reciclaje) o tenemos capitalismo y cataclismo.
Lamentablemente, demasiados propagandistas de la economía circular, por ignorancia, estupidez o hipocresía, la promueven dentro del capitalismo. O la reducen al aspecto que jamás amenazará al poder establecido: el reciclaje y el manejo de residuos. Pero ningún reciclaje puede salvar al planeta del consumismo. Así, la economía circular deviene en superchería, física y lógicamente imposible.
Refundar una economía global, que verdaderamente pacifique nuestras relaciones sociales y ecológicas, exige nuevos cimientos. Exige revisar nuestra comprensión del valor, que es la cuestión radicular de toda economía. Así, un anillo de oro debería valer menos que el río que necesito destruir para extraer el oro del anillo. El valor del trabajo debería derivar de su beneficio directo a la sociedad y a la naturaleza. Y la riqueza socialmente obtenida, lejos de acumularse al final de “cadenas de valor”, en pocas manos, debería regresar hacia quienes estén más cerca de la tierra: los custodios de los bosques, los agricultores, las productoras que con sus propias manos restañan las heridas que genera nuestra demanda de materias primas, las personas creativas. En lugar de cadenas de valor y más allá del consumo circular, tendríamos entonces una economía basada en ciclos o espirales de valor, donde cada vuelta procree y reproduzca bienestar compartido, entre los seres humanos y con el planeta, el único conocido donde florece la vida.
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