En estos días, la ciencia, la economía, la política y la crisis ambiental global se enfrentaron de nuevo, pintando un mundo muy distinto al que cuentan las noticias. El 27 de junio pasado, la Convención de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático concluyó su conferencia anual en Bonn, Alemania. Aquí acuden en masa funcionarios de los países miembros y todo tipo de grupos de interés, desde petroleras hasta feministas. Bonn prefigura las conferencias de las partes (COP), que ocurren a fin de año (la de 2019 será en Chile).
La crisis ambiental sacudió la reunión con uno de los veranos más precoces y cálidos que recuerde Europa occidental. El 28 de junio, Francia registró la temperatura más alta de su historia (45.9 °C). Dos días antes, Alemania vivió el día más caliente de junio jamás visto. (Este fue el junio más caliente registrado alguna vez, globalmente). España enfrentó los peores incendios forestales en veinte años. Europa se llenó de alertas rojas, escuelas cerradas y restricciones de agua. Varias personas murieron de canícula
Mientras, los acondicionados burócratas reunidos en Bonn se dedicaron, fundamentalmente, a tapar el calor con un dedo. El caso más escandaloso ya venía, como una puñalada gangrenada, desde la COP24 (2018), sarcásticamente celebrada en el enclave carbonero de Katowice, Polonia. Ahí, Arabia Saudita, Kuwait, Rusia y los EE. UU. buscaron fondear el último reporte del panel científico mundial (IPCC), publicado en octubre. Este concluye que si excedemos 1.5 °C de calentamiento global (ya vamos cerca de 1.2) enfrentaremos terribles cataclismos. En Bonn, con apoyo de Irán (enemigo acérrimo de EE. UU. según la tele), dichos países presionaron para enfatizar las incertidumbres del reporte y obtuvieron victoria: ningún hallazgo ni recomendación fueron incorporados a los acuerdos oficiales. Todo reporte científico, justamente porque lo es, reconoce y evalúa incertidumbres, porque no lo hemos aprendido todo ni lo controlamos todo. Pero la ciencia está para tomar acciones informadas; no para suprimirlas. El IPCC recomienda reducir emisiones urgente y drásticamente. Un pésimo negocio, si vendes hidrocarburos fósiles.
Los magnates petroleros no juegan solos contra el clima. Los intereses creados promueven extrañas alianzas: Brasil, China, Corea del Sur y la India poseen la mayor parte de los “créditos de carbono” del mundo. Estos papeles financieros representan el carbono que un país determinado evitó emitir en la atmósfera, bajo reglas anteriores al Acuerdo de París. Pero el sistema de verificación que los respalda está severamente en entredicho. Peor, es incontrovertible que hay más carbono en la atmósfera y que justamente los países con créditos de carbono lo están emitiendo con gran entusiasmo. Pero, con apoyo del Grupo Árabe, se planteó en Bonn que esos créditos sin credibilidad mantengan su vigencia y puedan ser contabilizados a favor de los países poseedores, después de 2020. Eso equivale a querer pagar, hoy, con intis.
Cuando la tele nos muestre a las chicas y los chicos que marchan por las calles, no permitamos que nos manipulen, pensando que son unos revoltosos. Pues les están robando, de forma descarada, su futuro.
Comparte esta noticia