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El modelo económico chileno: sin Estado

¿Para quién es un problema el Estado? ¿Quiénes buscan eliminarlo o reducirlo a su mínima expresión? Miremos a quienes buscan ganar más, acumular más y tener más poder.

En su discurso inaugural, al asumir el mando de la nación más poderosa del planeta, el 20 de enero de 1981, Ronald Reagan dijo lo siguiente: “el gobierno no es la solución a nuestro problema, el gobierno es el problema”. Ese fue el mensaje principal de su discurso, y marcó la tónica de su mandato: desmontar el Estado norteamericano. Uno de los padres políticos del modelo neoliberal, aplicado en Chile, comenzó bajando drásticamente los impuestos a las grandes empresas y a los más ricos, privatizando muchas funciones y actividades estatales, desregulando todas las actividades económicas, facilitando la inversión privada, cerrando entidades públicas y reduciendo el número de funcionarios gubernamentales.

| Fuente: AFP | Fotógrafo: MARTIN BERNETTI

¿Tenía razón Reagan? ¿El Estado era un problema para todos? En países que han tenido Estados coloniales (feudales y esclavistas) durante varios siglos, como Estados Unidos y el Perú, es muy fácil despertar y organizar el odio hacia el Estado. Ese Estado que fue responsable de la opresión, explotación, e incluso aniquilación de poblaciones y culturas enteras (experiencias que se transmiten de generación en generación y quedan instaladas en al ADN de cada uno), es muy fácil denigrar, odiar y eliminarlo. No es el caso de los países centrales como Inglaterra, Francia, Alemania, o incluso los países asiáticos de reciente desarrollo como China y Corea, en los que existe un respeto, obediencia y hasta admiración por el Estado.

Pero el Estado que Reagan quería eliminar no era el Estado inglés colonial; de ese ya habían dado cuenta Washington y sus colegas a fines del siglo XVIII. El Estado al que se refería era el Estado keynesiano, el Estado creado por Franklin Roosevelt, con el apoyo de Keynes, desde la década de 1930 ¿Para quién era un problema ese Estado?

Definitivamente no era un problema para los millones de trabajadores, que en la década de 1970 gozaban de pleno empleo, tenían los salarios más altos del mundo, eran defendidos por sindicatos garantizados por el Estado. No era un problema para la clase media que tenía buenas casas con créditos hipotecarios dados por el Estado, varios autos, vacaciones en el extranjero, ahorros y una buena jubilación. No era un problema para las pequeñas y medianas empresas que tenían el apoyo generoso de la Small Business Administration (SBA), que daba créditos, capacitación, asesoría, transferencia de tecnologías, entre otros servicios. No era un problema para los estudiantes que podían asistir a colegios y universidades públicas de primer nivel. No era un problema para las universidades privadas que recibían jugosos fondos para investigación, contratando a miles de docentes-investigadores (hoy mismo, MIT recibe el 60 % de sus fondos de investigación por parte del Estado). No era un problema para los miles de empresarios schumpetereanos, como Bill Gates o Steve Jobs, que utilizaban los inventos financiados por el Estado para lanzar sus emprendimientos de alta tecnología. No era un problema para los hombres de negocio que incrementaban sus ventas y ganancias con un mercado interno en permanente expansión.

¿Para quién, entonces, era un problema el Estado? Había unos pocos hombres de negocios codiciosos, monopolistas, estafadores como Trump, especuladores, que no les gustaba pagar impuestos tan altos para financiar al resto del país, menos favorecido. Ellos fueron los que se compraron las críticas de Friedman al modelo keynesiano, y financiaron a políticos como Reagan, Erdogan o Bolsonaro, y lo siguen haciendo en todos los países en los que actúan, para ganar más, acumular más, tener más poder (sin compartirlo con el Estado, los medios y la sociedad civil).

Lograron eliminar (o reducir a su mínima expresión) al Estado, y las consecuencias las estamos viviendo. Felizmente, en todas partes, la gente está despertando y ya no se compran tan fácilmente los slogans del neoliberalismo.

Una pregunta final: ¿Qué otra organización o institución, de las muchas que existen en las sociedades contemporáneas, tiene como objetivo explícito buscar el bien común, defender a todos, brindar oportunidades por igual, proteger a los más vulnerables? ¿Tiene alguna lógica eliminar a esa institución?

NOTA: “Ni el Grupo RPP, ni sus directores, accionistas, representantes legales, gerentes y/o empleados serán responsables bajo ninguna circunstancia por las declaraciones, comentarios u opiniones vertidas en la presente columna, siendo el único responsable el autor de la misma.

Decano de la Facultad de Ingeniería y Gestión de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Ingeniero Industrial de la UNI y magíster en Economía de la PUCP. Ex ministro de Trabajo y Promoción del Empleo, se desempeñó como funcionario del BID, director de COFIDE y presidente de la Comisión organizadora del CEPLAN. Primer presidente de COPEME (Consorcio de Instituciones Privadas de Promoción de la Micro y Pequeña Empresa). Autor del libro Picadura del Escorpión y de otros sobre el desarrollo de las mypes, empleo e innovación tecnológica.

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