Los miembros de una comunidad cumplen responsabilidades y roles distintos. Desde la antigüedad los grupos de convivencia se dividían en quienes se encargaban de la recolección de frutos, la caza de animales, los cuidadores familiares, los militares, entre otras funciones más. Conforme la cantidad de miembros fue aumentando en las distintas poblaciones, se hizo más difícil poder escuchar las necesidades de cada uno de ellos. Es por eso que surge la política, un espacio en donde solo algunas personas toman decisiones por la comunidad, teniendo en cuenta los deseos de la misma.
Un representante.
Todas las voces no podrán ser escuchadas, por lo que todas se juntan y nombran a un solo vocero. Un representante que tendrá que dejar sus labores comunitarias por una nueva profesión, cuyo objetivo principal será velar por los intereses de sus representados. Hoy en día ese alguien recibe una remuneración por parte de quienes lo escogieron (también de quienes no lo hicieron), a quienes podríamos nombrar, sus clientes.
El representante público está al servicio de sus clientes, en este caso, la comunidad. Es por ello, que no es coincidencia que el origen de la palabra Ministro venga del latín “minister” que significa sirviente, aquella persona sirve a otros o que está bajo el servicio público. Hasta el mismo presidente de la República se convierte en un ente representante de las necesidades, deseos u opiniones del grupo (en este caso desde una postura más ejecutiva), mientras que los congresistas hacen lo mismo desde la legislación (creación o modificación de las leyes de la comunidad – país).
La función más importante de un congresista no es legislar, sino encarnar a su representado.
Desde el mundo de la psicología, existen diversas habilidades psico emocionales necesarias para poder lograr dicho cometido. No es fácil poder abarcar todas las necesidades de sus representados y exponerlas frente a otras entidades públicas. Asimismo, es imperativo que se cuente con la empatía suficiente para poder identificar sentimientos, deseos o requerimientos de otras personas. Solo teniendo la capacidad de “ponerse en los zapatos del otro” es que dicho representante podrá entender qué es lo mejor para los demás.
El egoísmo se convierte en el peor enemigo del representante público, y por ende, de la comunidad.
Una característica resalta sobre todas las demás, lo suficiente para que podamos entender que es el mejor antídoto contra el envenenamiento político en el que vivimos. La neutralidad personal. La capacidad de dejar de lado los intereses independientes, las emociones personales, el resentimiento, y otros aspectos que solo pertenecen a la persona individual (aquel que representa solo a sí mismo) pero que deberían ser ajenos al representante de otros.
Es demasiado evidente la inmoralidad de aquellos representantes que alguna vez robaron o engañaron al estado. Por ahí no va el camino de esta discusión. Es más difícil identificar el error cuando este no necesariamente quiebra reglas que han sido establecidas en el marco legal. La defensa o la vendetta (venganza) de la propia honra, por más romántica que parezca, no deja de ser una reacción individualista que no llega a representar los intereses de los demás.
Cuando un político actúa en base a un resarcimiento personal, cuando utiliza métodos punitivos contra otros para calmar aquellas olas de ira o cólera, nacidas en pleno litoral del parlamento; se deja llevar por sus propias emociones. Tal vez no es corrupción, pero sí son conductas corroídas en relación a la misión que le fue encomendada. Actitud que no estaría lejos de ser juzgada como egoísta por aquellos que esperan con anhelo ser representados. Es importante entonces que todos los representantes públicos de nuestra comunidad puedan entender que no están en una posición superior a la de sus representados. Todo lo contrario, la labor a la que fueron encomendados consiste en tener que renunciar a sus opiniones o posturas personales para poder representar correcta y cabalmente a sus electores.
Al elector no le interesa el beneficio personal de su representante, lo cual está bien, está escrito desde el principio en el contrato simbólico que ambos firmaron.
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