Desde que un pequeño virus ha desalojado a los reyes, se puso la corona en la cabeza y subió a la cabina de mando de la nave humana para pilotearla, hemos aprendido 7 verdades como pasajeros de nuestro propio viaje común.
1.- Los trabajadores humildes que sostienen a diario la vida y pasan generalmente desapercibidos en sus discretas funciones, son los más indispensables a la sociedad. Merecen los aplausos diarios que, por fin, reciben durante el confinamiento, pero merecerían mucho mayor reconocimiento económico y social después de la pandemia. No sólo los personales de salud, sino los que recogen la basura y limpian los ambientes, los que cultivan, cosechan y transportan la alimentación nuestra de cada día, las madres lactantes, los educadores que enseñan a nuestros hijos... Noble es su oficio, ¡bendita sea su labor! Seleccionemos mejor a los futuros sujetos de nuestra admiración, en lugar de las vedettes de la televisión. Como en los cuentos populares, los verdaderos héroes son humildes pero magníficos en su capacidad de arrojo y generosidad.
2.- No es verdad que la economía es lo más importante y que todo tiene que ser sometido a la lógica del dinero. Lo más importante es la vida, la salud y el cuidado mutuo. La economía es un instrumento que tiene que estar al servicio de la vida. Nunca el medio debe sobreponerse al fin, por lo que la ideología neoliberal del sometimiento integral de todos los aspectos de la vida a la lógica de la optimización mercantil es un credo letal que no debería nunca más ser enseñado en las universidades ni practicado en las esferas de poder. Más bien, debemos recordar que la optimización de cualquier sistema lo vuelve demasiado frágil, por lo que no buscar la perfección es lo mejor para la buena gestión. Por ejemplo, no buscar hacer fabricar todos los medicamentos en un solo país para optimizar costos.
3.- No era verdad que la política no podía hacer otra cosa que obedecer las recomendaciones “racionales” de los sistemas financieros y económicos, siguiendo al “pensamiento único” y el lema de Thatcher: “There is no alternative”. La política sí importa, los Estados son fundamentales tanto para los ciudadanos como para los mismos sistemas económicos. Lo que nos obliga a un manejo complejo y plural de nuestra sociedad, combinando lógicas diferentes que se limitan y complementan mutuamente, a la escucha de los argumentos ajenos y de las situaciones a veces excepcionales que piden respuestas excepcionales. La política, dirigida desde el consenso y la solidaridad ante los bienes comunes, es siempre una promesa de que las cosas pueden ser diferentes, pueden ser mejores, y que depende enteramente de nosotros, porque no hay sistema salvador ni gurú milagroso.
4.- Cuando la humanidad limita su actividad, la naturaleza se restablece, el aire se purifica, y al final la humanidad se beneficia. Es incluso muy posible que esta actual pandemia preserve más vidas durante el 2020 (si logramos detenerla en algunos meses) puesto que la contaminación del aire mata a más de 8 millones de personas al año. Hay que amar, desear y respetar los límites. Son buenos, son vida. Para vivir feliz, hay que saber decir “¡me basta!”. Era sin duda la idea de Dios en la historia de Babel, cuando se preocupó por los hombres que hablaban todos un solo idioma y construían juntos una sola torre inmensa (luego frágil e insostenible). Dios prefirió dispersar a todos en comunidades pequeñas, limitadas por idiomas diferentes. Destruir estas comunidades diferentes en nombre de una globalización anglófona ¿no será olvidarnos de la divina sabiduría de la bio-socio-diversidad? ¡Cuán letal es un virus en una sola ciudad global donde todos juntos hacen lo mismo al mismo tiempo! ¡Cuán resistente es la vida cuando es diversa, plural, diversificada en mil límites respetuosas de las diferencias ajenas!
5.- A pesar del orgullo de nuestro poder tecno-científico globalizado, seguimos siendo frágiles, individual y colectivamente. La muerte asecha siempre y es necesaria a la vida. Por lo que la ciencia no lo puede todo, y la ideología “transhumanista” que desea matar a la muerte transformando las personas en superhéroes tecnológicos optimizados, constituye otro credo letal, absurdo, insostenible. Como el coronavirus es ciego e igualitario, ataca tanto a los reyes como los mendigos. Y los más acomodados del mundo viven de pronto como viven siempre los más pobres: mirando al peligro todos los días. ¡Qué el recordar de la fragilidad humana despierte nuestra empatía colectiva, y acobije a toda la humanidad en el hogar más seguro de todos: la solidaridad!
6.- Entendemos ahora sí que nuestro destino es común, que estamos todos los humanos en un mismo barco planetario, y que lo que le sucede a los unos le sucede a los otros, lo que le sucede a la Tierra le sucede a los hijos de la Tierra. Ese barco, nos toca decidir (políticamente) si se trata de un Titanic o un Arca de Noé. La interdependencia es la regla, la intersolidaridad es la brújula. Es lo que siempre han repetido los pueblos indígenas, los pueblos raíces del continente. Es tiempo de escuchar, por fin, sin burla ni desprecio, lo que ellos tienen que recordar a los urbanos modernos olvidadizos. ¿Acaso uno de los medicamentos prometedores contra el Covid-19 no es un derivado de la quinina que los andinos han dado a conocer a los europeos durante la conquista? En todo caso, si estamos en un Titanic planetario, de nada sirve cerrar con llave la puerta de su cabina individual, creyendo así asegurarse contra el naufragio.
7.- El día después de la pandemia, cuando podremos de nuevo disfrutar de nuestras sonrisas sin máscara y de nuestros abrazos sin desconfianza, nos tocará retomar el timón político de la nave humana. De nosotros dependerá retornar como si nada al rumbo de la aceleración sin límites hacia la destrucción compulsiva de todo el planeta, o conservar un poco de las enseñanzas aprendidas durante el confinamiento, enseñanzas de sobriedad y cuidado mutuo. Definitivamente, los virus no son el enemigo, sino la ceguera humana. Los virus han acompañado la complejización de las especies desde el alba de la vida terrestre, y dicen que conforman 8% de nuestro ADN. Si somos también un poco virus, hay escondida en cada uno de nosotros una corona. ¡Ojalá sepamos llevarla en el corazón!
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