La corrupción ha sido una especie de enfermedad social desde siempre, pero en la actualidad de nuestra nación ha ocurrido que, como pocas veces, se ha manifestado de modo tan evidente y concreto. Hoy los casos delictivos tienen nombre propio, incluso de corporaciones como Odebrecht. De nuestra política local tenemos los casos del excongresista Edwin Donayre, hoy prófugo de la justicia, o la exalcaldesa Susana Villarán que comparte penal con la señora Keiko Fujimori, cuyo padre sigue también tras las rejas, o el caso del prófugo expresidente Alejandro Toledo y de los investigados como el expresidente Kuczynski. La lista es tristemente larga.
Frente a tantos casos de corrupción cunde la sensación de que no existe político honesto y el clamor “que se vayan todos” se vuelve cada vez más popular. A la indignación ciudadana le hace falta mayor reflexión sobre las causas subyacentes de la enfermedad de la corrupción que nos está matando como país. La política no es una ciencia exacta, decía Platón en La República, por ello solo queda observarla como ciencia práctica que debe aprender con las circunstancias cambiantes de la historia, de lo contrario, se puede caer en esta sensación que ya cunde en ciertos espacios de nuestra sociedad, aquella que sostiene que solo se puede hacer política si se miente, si se hace trampa y si se es corrupto.
Estas ideas quedan al descubierto en la opinión pública cuando en las principales plataformas de noticias y redes sociales de nuestro medio los internautas interpelan a quienes ayer “lavaban banderas” o apoyaban a uno que otro candidato o candidata. El que algunos grupos callen no es, necesariamente, por un sentimiento gregario o porque aún apoyan a estos personajes. Para poner un caso, ante la situación actual de Susana Villarán, candidata de la izquierda, no parece presentarse un fenómeno de silencio, sino más bien la realidad ha sobrepasado las expectativas mentales y las dimensiones de la corrupción parecen haber dejado sin palabras a muchas personas. Precisamente para superar el anonadamiento es que se requieren debates públicos. En ese sentido, los grupos que exigen que los defensores de personalidades y programas políticos como los de la exalcaldesa Susana Villarán aparezcan ante el juicio público hacen un bien.
Cuando la opinión pública les exige a aquellos grupos que salen a “lavar banderas” lo hagan ahora con casos específicos, lo que hacen es mostrar su lectura de la realidad. En el encuentro de pareceres, en esa lucha de opiniones se pueden hallar las formas públicas para salir del desastre político en el que estamos inmersos.
Esto significa pensamiento crítico político, o por lo menos una de las formas en que podemos conceptualizarlo, como una evaluación pública de nuestros pareces comunes. En la exigencia mutua que nos hacemos para verter las razones que sostuvieron en algún momento nuestros actos de convicción, como votar por uno u otro candidato, ocurre que terminamos evaluando nuestros propios motivos y nuestras propias convicciones. No se trata de que cambiemos o nos hagan cambiar de ideas, se trata de que las que tenemos se justifiquen ante la ciudadanía. Finalmente, cuando ya no se pueden justificar, quizás nos quede un silencio temporal o un cambio de ideas, como parece es lo que está pasando en estos meses.
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