La COVID-19 ha denunciado de modo elocuente su soporte ideológico inhumano. La precariedad del sistema sanitario a nivel mundial, el cual colapsó rápidamente, puso en evidencia a qué grado el sistema capitalista neoliberal dejó, totalmente, de lado la integridad de la persona humana y de los derechos humanos. Y es que la lógica que impulsa la producción indiscriminada de riqueza y su distribución desigual no han sido útiles para crear un sistema sanitario con capacidad para contener una pandemia como la que estamos viviendo actualmente.
En los países donde la lógica ortodoxa del capitalismo neoliberal tiene mayor arraigo se aprecia, por eso mismo, una reacción más tardía en cuanto a aplicar medidas de contención -cierre de fronteras, aislamiento social, suspensión de actividades económicas no esenciales, etcétera- y, por tanto, un mayor impacto a nivel de contagios y de mortandad. Otros países más razonablemente han preferido priorizar el cuidado de la salud en el entendido de que la integridad de la persona es el fundamento último del sistema productivo. Si bien el problema es global y es uno solo, cabe anotar que las respuestas diferenciadas producen también consecuencias diferentes.
Ahora bien, Perú fue uno de los países en tomar medidas para proteger a sus ciudadanos, priorizando la salud a la economía. A 100 días del Estado de emergencia, ¿podemos decir que, en confinamiento, hemos reflexionado sobre los excesos del capitalismo y estamos listos para promover otro humanismo? A diferencia de otras epidemias de más o menos reciente data, la cuarentena debe habernos servido para evaluar la emergencia de temas y valores hasta ahora no suficientemente concretados. ¿De qué manera? La COVID-19 ha desmentido de modo radical la pretensión humana de un dominio absoluto de la naturaleza: nos ha recordado que el objetivo de la vida humana no es aquel dominio de la naturaleza y que debemos insistir en la búsqueda de un sentido más acorde con el cuidado ya no solo de lo humano sino del mundo donde lo humano es posible. No se trata de darle la espalda a la naturaleza ni de enseñorearse sobre ella, sino de abrazarla en una comprensión más ecuánime y sensata ¿Habremos aprendido de ello?
¿Habremos aprendido del hecho de que la medicina frente a la COVID-19 encontró un límite por ahora insuperable e infranqueable? El que aún no se haya desarrollado una vacuna capaz de detener el avance de la enfermedad debe alertarnos también sobre los límites de nuestro saber acerca de nosotros mismos y la naturaleza. Solo así, el retorno a la naturaleza será aleccionador y fructífero.
Con la cuarentena hemos aprendido la importancia de mantener el distanciamiento social obligado, de guardar el metro de distancia del otro, del uso de la mascarilla y de tener una higiene básica que colabore a reducir las posibilidades de contagio. La cuarentena nos ha servido para aprender que cuidándonos cuidamos al otro ¿Habremos aprendido o no?
Sin una cuarentena, pasaremos a una autorregulación del distanciamiento. Dependerá mucho más de nosotros, de si hemos logrado internalizar que el contagio se extiende o disminuye de acuerdo a nuestros actos.
La cuarentena ha puesto en evidencia el distanciamiento real como inequidad, como profundas desigualdades sociales, económicas, educativas, entre otras. Poscuarentena, ¿habremos aprendido que la convivencia ciudadana, para ser tal, depende de la interacción de cada uno de nosotros con el otro?
Solo si logramos sacar aprendizaje de estos 100 días de Estado de emergencia, con cuarentena incluida, podremos decir que habrá terminado la cuarentena obligada y habremos pasado a asumir nuestro rol responsable y solidario en el esfuerzo conjunto de superación de la pandemia.
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