Les contaba en mi columna anterior que suelo preguntar a mis alumnos sobre la cantidad de profesores afroperuanos o indígenas que han tenido durante su vida, también que las respuestas suelen ser desalentadoras. La ausencia de profesores no blancos, sin embargo, no es gratuita y su explicación se encuentra en la naturaleza de la inquebrantable torre de (color) marfil, que es la academia, y de nuestro propio devenir histórico y social.
Luego de la constitución de la república, el proyecto de nación que buscaba llevarnos hacia la modernidad se construyó sobre las ideas eurocéntricas de la época. El peruano de la nueva república sería un sujeto mestizo que poseía en sí mismo todas las razas, pero ninguna en particular: el ciudadano criollo que “si no tiene de inga, tiene de mandinga”. Las poblaciones indígenas y afrodescendientes, sin embargo, no eran parte de ese imaginario que nos llevaría al desarrollo como nación. Colocados en la parte más baja de la pirámide social, sus economías fueron de supervivencia al inicio, con algo más de oportunidades progresivamente. Frente a este escenario, la academia tradicional, el oficio de las letras, siempre requirió y requiere, de muchos privilegios. Principalmente, de la disponibilidad de un recurso fundamental: el tiempo. Así, la academia no era un campo favorecedor para grupos poblacionales en los márgenes de la sociedad. Personas que, más allá de quererlo, al vivir en un contexto social adverso, requerían y requieren utilizar su tiempo en la generación de oportunidades laborales para ellos y sus familias.
No obstante, porque las excepciones son posibles y la claridad intelectual no es privilegio de unos pocos, existen en el Perú pensadores, intelectuales y creadores de origen indígena, andino y amazónico, y afroperuano. Antes bien, estos se topan con otro obstáculo más simbólico. Un imaginario colectivo que nos dice que las poblaciones minoritarias o en los márgenes, no son productoras de conocimiento. Existen excepciones, claro, tenemos a un Arguedas, a un López Albújar, y más cerca a una Santa Cruz Gamarra, pero estas personas siguen siendo parte de una innecesariamente corta lista de voces diversas en la academia: de personas que nos hablan de los márgenes, desde los márgenes. Piense usted, ¿cuántos escritores indígena amazónicos puede nombrar? Le parece una casualidad? Y ahora note lo siguiente: ¿por qué estas voces son las “diversas” y cuáles son las principales?
La ausencia de estas voces en la academia peruana puede explicarse de varias maneras, pero no debería justificarse más. En un contexto histórico donde los espacios intelectuales, y la academia misma, se sostienen en el privilegio del centralismo limeño y la disponibilidad de recursos, estas voces han visto reducidas sus posibilidades de participar históricamente en estos espacios. Así, nosotros, todos, nos estamos perdiendo de la riqueza de sus perspectivas y cosmovisión, conocimientos y saberes, así como de sus metodologías propias y análisis diferenciados. ¿“Oscurecer” la torre de marfil o derribarla? Tal vez es mejor construir algo diferente, como un país donde todos y todas tengamos espacio.
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