Luego de tres meses, la celebrada exposición Redes de Vanguardia: Amauta y América Latina 1926-1930, presentada en el Museo de Arte de Lima, llegó a su fin. Gracias a ella, el público tuvo a su alcance las obras de Diego Rivera, David Siqueiros, Alejandro Xul Solar, Emilio Pettoruti, Tina Modotti, Martín Chambi, Adolfo Bellocq, George Grosz y Alexander Archipenko, entre muchos otros. Antes de pasar por Lima, la muestra se expuso en el Museo Reina Sofía de Madrid, y hoy se encuentra camino al Museo del Palacio de Bellas Artes, Ciudad de México, donde se inaugurará este 18 de octubre. Con este periplo, la revista Amauta ha llegado mucho más allá de lo que José Carlos Mariátegui, su fundador, alguna vez hubiera imaginado. Desde la pequeña casa del jirón Washington, donde fue concebida, cruzó al Parque de la Exposición, y ahora se encuentra a disposición del público internacional. Después de México, donde abrirá sus puertas por más de dos meses, su último paradero será el Blanton Museum, en Austin, Texas.
Amauta fue una publicación destinada especialmente a la difusión y a la reflexión del pensamiento socialista, pero ello no la privó de estar en contacto con las principales corrientes artísticas de su tiempo. Para Mariátegui y sus colaboradores, estaba claro que para comprender los cambios sociales no solo había que escuchar las ideas y las discusiones filosóficas del momento sino también conocer lo ocurría en la pintura, la escultura y la literatura de entonces. Sin estos artistas en sus páginas, la revista no hubiera podido decir mucho sobre la «nueva» sensibilidad moderna, así como tampoco hubiera sido posible auscultar en las profundidades de la nación peruana. El propósito de Natalia Majluf y Beverly Beverly Adams, curadoras de la muestra, ha sido mostrar al público las obras que aparecían fotografiadas o eran mencionadas en los artículos de Amauta durante sus cuatro años de existencia.
El gran aporte de la revista en el campo del arte consistió en intentar comprender el arte nuevo de la vanguardia de manera crítica y creativa. Con ello, Mariátegui ofreció a los artistas locales la posibilidad de mirar la realidad de una manera distinta pero no menos verdadera. Así lo expresó él mismo en un artículo titulado “Realidad y ficción”: “La muerte del viejo realismo no ha perjudicado absolutamente el conocimiento de la realidad. Por el contrario, lo ha facilitado. Nos ha liberado de dogmas y de prejuicios que lo estrechaban. En lo inverosímil hay a veces más verdad, más humanidad que en lo verosímil”. Estas palabras también son citadas en la exposición. El vanguardismo podía parecer a muchos absurdo o hasta violento para el tradicionalismo artístico, pero era el mejor modo para expresar las inquietudes de quienes no se sentían satisfechos con lo que habían heredado. La realidad y la historia exigían expresarse de una manera diferente.
Una exposición como esta nos invita, sin duda, a conocer mejor la historia del arte en el Perú, pero también nos lleva a reflexionar sobre el modo en que las nuevas corrientes artísticas pueden contribuir con el arte y el pensamiento de un país. A diferencia de hace cien años, hoy podemos decir que nos encontramos más preparados para recibir y dialogar con las propuestas estéticas que circulan en el mundo, pero también es cierto que sobrevive cierta pulsión conservadora que a veces nos hace impermeables a las nuevas formas de representar la realidad. Señalamos esto último, sobre todo, porque es lo que suele ocurrir cuando se celebran efemérides importantes como las del Bicentenario o, dentro de no mucho, los 500 años de fundación de la ciudad de Lima. Hay en el Perú una afición por la solemnidad y el tradicionalismo —tanto en el campo de las ideas como en el del arte—que en vez de permitirnos ampliar nuestra visión sobre el país, termina por acartonarla y reducirla. Si así vamos a recibir estas importantes fechas, poco provecho sacaremos de ellas. Pero hoy que hay tantos temas sobre los cuales hay que debatir y tantos problemas aún por resolver, se nos ofrece también la oportunidad de convertirlos en nuevas formas de expresión. Si a ello agregamos el ingrediente de la historia, se podrán crear obras que incluso vayan más allá de lo que hasta ahora se ha conocido y se conoce.
Luego de los maravillosos años veinte, en que aparecieron importantes intelectuales y revistas como Amauta, el Perú vivió una larga etapa de represión y violencia. No fue sino hasta casi treinta años después, pasada la mitad del siglo XX, que una nueva generación recuperó los aportes de Mariátegui, la vanguardia y el movimiento indigenista, también presente en la revista. Esperemos que lecciones como la suya no sean olvidadas y prevalezcan como un ejemplo de lo que puede hacerse en el campo del pensamiento y la cultura.
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