Hay un soneto de Luis de Góngora y Argote (1561-1627) en el que se relata el desorden y las terribles consecuencias que producen las lluvias torrenciales:
Cosas, Celalba mía, he visto extrañas:
cascarse nubes, desbocarse vientos,
altas torres besar sus fundamentos,
y vomitar la tierra sus entrañas;
La voz del poema pertenece a un hombre que le cuenta a su amada, Celalba, las terribles escenas de las que ha sido testigo. Las nubes que se quiebran, las torres que caen al suelo y el lodo que corre y arrastra todo lo que encuentra a su paso son algunas de las «cosas extrañas» que ha visto en el camino de regreso a casa. El desorden barroco con el que se relatan estas catastróficas imágenes, cuya fuerza visual busca impactar en el lector, son característicos del estilo del poeta cordobés: se habla de «duras puentes» que se rompen «cual tiernas cañas», «gentes subidas/ en los más altos pinos levantados» y «ríos violentos» que ninguna montaña o resistencia humana ha podido contener. La intensidad hiperbólica alcanza referencias míticas, pues todo el desastre se compara a los «días de Noé».
Pero si bien parece que es la tormenta la que termina teniendo mayor protagonismo, la última estrofa nos recuerda que el poema está en realidad enfocado en el diálogo que el hombre sostiene con su amada:
Pastores, perros, chozas y ganados
sobre las aguas vi, sin forma y vidas,
y nada temí más que mis cuidados.
Estos últimos versos nos revelan que, además de relatar los peligros que ha corrido su vida («mis cuidados»), el protagonista necesita contar sus penurias a Celalba. Es solo ella quien podrá comprender los riesgos por los que ha pasado el ser amado. Es ella (cuyo nombre es una mezcla de «cielo» y «alba») la que podrá calmar la turbación que el hombre ha sufrido en la oscura tierra. La escena del reencuentro no es solo símbolo de salvación sino también del triunfo del amor.
Durante el verano, la televisión y los medios suelen ocupar sus transmisiones con las imágenes de los destrozos ocasionados por las lluvias y huaicos. Otro tanto se dedica a llamar la atención a las autoridades, que, por lo general, no han tomado todavía las suficientes previsiones. Sin embargo, poco sabemos del efecto que estas experiencias tienen en las personas. Así como se quiebran los puentes y se caen las montañas, los lazos familiares, amicales y amorosos también se encuentran expuestos y se hacen vulnerables. Algunos de estos lazos se rompen para siempre, otros se debilitan y otros, también, se fortalecen.
El poema de Góngora, escrito en 1596, nos recuerda que situaciones como las que están ocurriendo ahora en nuestro país son, si bien algunas veces irreparables, también una ocasión para revalorar los lazos que tenemos con quienes nos rodean.
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